Relato del tifón en Filipinas: Fue como un Apocalipsis – Un periodista filipino cuenta la tragedia y el drama del día después. Fue un desastre que hasta ahora había existido sólo en la imaginación de los cineastas. Yolanda, el nombre local del súper tifón Haiyan, fue como un Apocalipsis para los miles de filipinos que estuvieron a punto de morir, cuyos seres queridos murieron y cuyas propiedades en la zona central de Filipinas volaron, fueron barridas o se derrumbaron a causa del tifón. Si las películas generalmente imitan la vida, el súper tifón fue una ficción hecha realidad. Una pesadilla que se desarrolló ante sus propios ojos.
Islotes arrasados. Arboles y chozas deshechos. Los poblados costeros vieron una marejada que alcanzó siete metros de alto. Los edificios convertidos en centros de evacuación fueron destruidos. Algunos pudieron resistir pero la gente temblaba porque los techos volaron y todos quedaron empapados. Cuerpos sin vida flotaban en todas partes.
Los filipinos estaban preparados pero no lo suficiente para éste que ya es el tifón más fuerte del mundo. Algunos dicen que la preparación que tenían, por mucha que fuera, no servía para la fuerza del tifón. Otros sin embargo sostienen que de no haber estado preparados, más personas habrían muerto.
Los ancianos sobrevivientes en distintas partes de Visayas dicen que fue el más fuerte que han visto y experimentado en toda su vida. «Los vientos fuertes llegaron uno tras otro desde todos los rincones. O sea que toda la ciudad, las casas, los árboles, fueron arrasados. Por suerte, nuestra casa resistió, salvándose de varios árboles caídos», contó Luz Sorza, de 72 años, de la localidad de Sara en Iloilo, al norte. Es mi madre, que salió indemne junto con mi padre. Nuestra casa quedó en pie. Otras casas en la ciudad fueron aplastadas, sobre todo las que no eran de cemento sino de materiales nativos.
La localidad de Sara es vecina a Concepción, una ciudad pesquera. Las estructuras sobre la costa, tanto de cemento como de madera, cedieron. Los barcos pesqueros grandes y pequeños amarrados al muelle quedaron destrozados. Los registros dicen que desapareció el 90% de los botes de la ciudad. Ahora el pescado es un bien escaso en este puerto de pesca.
Más al norte, se enterraron 30 cadáveres en una fosa común en la ciudad de Estancia. Eran pescadores de la isla de Masbate que buscaban un refugio en el puerto pero se ahogaron y al ser arrojados a la costa estaban en descomposición. La falta de ataúdes y de embalsamadores llevó al jefe de la localidad a hacerlos sepultar. Es imposible localizar a sus familiares.
La gente, mientras tanto, sobrevivió con lo que pudo encontrar alrededor –cocos, verduras y frutas– ya que su ya limitado acopio de arroz estaba empapado.
La funcionaria municipal de la seguridad social en Estancia lloró ante las cámaras diciendo a un periodista de TV que mucha gente pedía comida pero que no tenían ninguna para dar. «¿Qué podemos dar? Los paquetes de arroz que teníamos quedaron empapados. Todos los stocks de arroz de los comerciantes de arroz».
En la ciudad de Tacloban en Leyte, la gente saqueó y destruyó las tiendas para llevarse todo lo que podía encontrar porque se quedó sin nada para comer.
Los filipinos aprenderán muchísimo de esta experiencia. Los dirigentes seguramente elaborarán políticas y planes a partir de esta experiencia. Los ciudadanos ahora entenderán que cambio climático o desastres no es sólo un concepto. Son una realidad.
Mi plegaria es que todos recuerden las lecciones que nos trajo para que la próxima vez que nos embista un súper tifón, lo venzamos tal como suele ocurrirles en general a los personajes de ficción. Esperemos que esta experiencia apocalíptica sea un renacimiento para un país y una población excepcionales.
Fuente: Clarin.com