El duro regreso de la gente a las casas que devoró el fuego – Muchos de los evacuados se encontraron con lo peor: viviendas destruidas, animales calcinados y cenizas. El viento no iba hacia un lado o hacia el otro: iba hacia todas partes a la vez, formaba remolinos gigantes y escupía fuego para donde fuera. La resina de los pinos hizo que los árboles empezaran a explotar y los postes de alta tensión se caían, como Cristos desnucados, al costado de la ruta. Las casas de madera y piedra se quemaban y no había demasiadas chances de cargar todo y huir: el humo asfixiaba también a los autos. Ayer, en la zona de Villa Yacanto, en el Valle de Calamuchita, el viento se calmó, la temperatura bajó, un 70% de los focos se apagó y las 250 personas que seguían evacuadas empezaron a volver. Algunos lo lograron, pero otros se encontraron con que ahora, en eso que eran sus casas, apenas se distinguen el esqueleto de un catre, una olla ennegrecida, una mascota calcinada o una muñeca con la cara derretida.
La ruta 5 camino a Villa Yacanto es la imagen de la desolación. El martes, en Villa Ciudad América, el fuego cruzó la ruta, se trepó a los árboles y originó, encima de la casa de Manuel Villarreal, una de las formas de incendio más temidas: el fuego de copa. Un fuego arriba –en la copa de los árboles– que va saltando de árbol en árbol y crea abajo un horno –literalmente– que puede superar los 700 grados de temperatura. «Nada podía hacer, si no me alejaba me incineraba», dice Manuel, de 73 años, a Clarín. El martes vio cómo un gajo de pino encendido caía sobre su casa y la devoraba y ahora está acá, en la puerta de lo que era su habitación. Adentro sólo se ve el hierro de un catre y una estufa de cuarzo chamuscada: del televisor, de la ropa, del colchón no quedó ni la huella.
En la casa de al lado, Luis Luque perdió el 80% de su negocio: dos invernaderos y un galpón. «Perdí 20 años de trabajo en 5 minutos.
Fue una tormenta de fuego «, se lamentó. Y es su forma de explicar un «incendio explosivo» que se produce por una ecuación simple: el pino y la resina son material seco altamente combustible.
Ahora, aquella ruta que lleva a un valle verde y hermoso no tiene nada de verde ni de hermoso. Y en Carahuasi, periferia de Yacanto, otra escena deja sin respiración: un campo negro, todavía humeando, y 22 caballos muertos. No un esqueleto de caballo, tampoco un caballo calcinado: 22 cuerpos inflados con las patas estiradas, los órganos afuera y cara de horror. «Es que las vacas se van, pero los caballos empiezan a patear al fuego». Es su manera de combatirlo, hasta que el fuego los vence.
Quien habla es Germán Andrada, el encargado de esos animales. «No pudimos hacer nada, el fuego nos encerró, las yeguas se asustaron y empezaron a correr en círculos, pero si salíamos a buscarlas nos quemábamos vivos nosotros», dice, y vuelve a mirar los cuerpos. Eran las 11 de la noche y afuera sólo se veía 20 metros de llamas rojas.
El camping de Santa Rosa, más adelante, fue hasta ayer un centro de evacuación. Ahí, chupando naranjas y rodeados de bolsas con ropa donada, estaban los que se fueron de sus casas de forma preventiva y ayer lograron volver. Pero también estaba Marisa Salazar, de 32 años, que ya no tiene adonde volver. «A mí me sacaron con mi nena más chiquita, pero mi hijo de 17 años se quedó a tratar de apagarlo, para que no entrara a la casa.
Las llamas se le venían encima, se desmayó dos veces, hasta que los bomberos lo sacaron por la fuerza, gritando». Su hijo ahora está internado con quemaduras en los brazos y en las piernas, su casa del barrio carenciado Los Molinos ya no existe y sus dos perros murieron con la puerta trabada.
Y acá, en la entrada de Yacanto, está la prueba de que el fuego no distingue entre casas lindas o pobres: la madera es madera en una casilla o en una hermosa fachada combinada con piedras. Y así era la casa de Romina Sachetta y de su esposo Laureano, dos veterinarios, que también quedó en ruinas. «Cuando estaba casi controlado, el fuego dio la vuelta. Alcanzamos a agarrar el ecógrafo, los títulos universitarios, algo de ropa y salimos», dice ella. De afuera ahora sólo se ven los escalones de piedra de la entrada, un farol de hierro fundido por el calor y la antena de DirecTV negra y derretida.
Fuente: Clarin.com