El ídolo volvió a River para ser campeón y logró su meta con creces.

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– Jugó un partido para la consagración e hizo gritar a todos con sus goles. Fernando Cavenaghi sube al escenario mientras las tribunas son una fiesta al ritmo del «dale campeón». Abre los brazos y en su figura se dibuja un Cristo. Lleva en la piel esa banda roja que ama con el alma y cuelga en su cuello la medalla de campeón. La alegría le brota en ese cuerpo cargado de emoción y de felicidad. En esa piel que se le eriza, que se le pone bien de «gallina», lleva tatuado el Monumental y la frase «en las malas mucho más», con la fecha del ascenso (23-6-2012). Salta y salta, queriendo abrazarse con cada uno de los hinchas que colmaron cada rincón del Coliseo de Núñez. Entonces toma el trofeo, mira hacia arriba y lo levanta bien alto, casi tocando el cielo, que por unos minutos es rojo y blanco. Mientras, el Monumental es una fiesta.
Como en los viejos buenos tiempos. Y en Cavenaghi se sintetiza el sentir de todos los fieles millonarios. Porque Cavegol es el jugador-hincha, el símbolo que le faltó al River de las últimas épocas. El ídolo que volvió a Núñez para ser campeón. Al que la nueva dirigencia le abrió de par en par las puertas que la anterior le había cerrado.

Cavenaghi jugó un partido para la consagración. Con su doblete hizo delirar a todos los hinchas millonarios. Y la cancha se vino abajo cuando fue reemplazado por Juan Carlos Menseguez. Se fue saltando y levantando los brazos. Lo saludó efusivamente a Menseguez y estalló en emoción cuando abrazó a Ramón Díaz. Luego hizo lo mismo con Emiliano Díaz y con los compañeros que estaban en el banco. «Estoy orgulloso de lo que hizo este grupo. Hoy quedó demostrado por qué fuimos el equipo campeón», aseguró el Cavegol.

Ya a poco del final, con la victoria consumada, dirigió la batuta de los festejos desde el otro lado de la línea de cal, en el mismo lugar en el que hace casi dos años se desahogaba con lágrimas en los ojos tras haber conseguido el ascenso.

Pero ahora la historia es otra. En el primer semestre de su tercera etapa en el club, el Torito de O’Brien volvió a ser campeón. Como en los torneos Clausura 2002, 2003 y 2004. Y otra vez junto a Ramón Díaz, como hace doce años. «Intentaremos volver a esos momentos de gloria en este club y dar otra vuelta olímpica», anunció el 3 de enero. Y en menos de cinco meses cumplió con el primer deseo. Que no fue el único. «Quiero superar los 100 goles con esta camiseta», había dicho también. Con los dos de ayer, llegó a 98 y quedó cerca. Y culminó con ocho el campeonato, convirtiéndose en el goleador de River. Para acallar algunas críticas que se hicieron sentir cuando estuvo varias fechas sin anotar.

Si hay algo en lo que todos coincidieron es en el liderazgo de Cavenaghi. «Su llegada fue muy importante», aseguró Ramón. Líder positivo en un grupo que estaba carente de referentes. Adentro de la cancha, para, por ejemplo, arengar a sus compañeros en La Boca para ir a buscar la victoria. Y fuera de ella, poniéndole buen humor a los vestuarios y tratando a todos por igual; compinche de los más pibes, sobre todo de Leandro Chichizola y de Daniel Villalva.

«Cumplí un sueño. Quería volver a River en otra etapa para ser campeón. Es una alegría muy grande», expresó en medio de la algarabía. Su sueño era el de todos los hinchas. Claro, él es uno más de ellos.

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