Varios sobrevivientes volvieron a la mina San José a una ceremonia religiosa.

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Una misa en la mina terminó en una protesta contra Piñera – Pero al lugar también llegaron ex compañeros que se quedaron sin trabajo y presionan al gobierno para cobrar indemnizaciones rápidas. Carabineros no los dejaron pasar. El Campamento Esperanza amenazó con convertirse en el Campamento Esperanza II. En el lugar, donde los familiares de los 33 mineros atrapados esperaron verlos salir de la mina con vida, ayer se instalaron los del resto de los trabajadores de la Mina San José, que se han quedado sin trabajo. La protesta es porque la indemnización que le dará el gobierno es en cuotas: la primera en diciembre y las otras el año que viene.

«El gobierno se burla de nosotros. Somos 300 familias con cabros chicos que nos quedamos sin fuente de ingreso. A mi marido y al resto les quieren pagar en cuotas y hasta que no les dan el «finiquito» (indemnización) ninguna empresa puede contratarlos», explicó a Clarín Marta, la esposa de Enrique Quiroga, uno de los mineros.

«Apoyamos a nuestros compañeros. Queremos que su situación se solucione», dijo Alex Vega, uno de «los 33» que al final de la misa salió de la carpa blanca donde se realizó para unirse a la protesta de sus compañeros. No fue el único. A medida que iban saliendo, el resto de los «héroes de Atacama» apoyaron el pedido.

«Da mucho dolor al recordar todo lo que vivimos adentro, fuerte ver el sufrimiento de ellos (las familias) afuera e imaginarse todo lo que pasaron ellos y nosotros», decía Daniel Herrera mientras miraba lo que había sido la superficie de la tierra que lo había tenido atrapado a 700 metros de profundidad.

Ayer iba a ser un domingo tranquilo en el Campamento Esperanza. A las diez y media de la mañana y cuando la espesa niebla de la noche se iba, comenzaron a llegar los primeros familiares de los mineros. Iban a participar de una misa y una ceremonia evangélica. Lo harían en una carpa blanca, en un sector donde la prensa no tenía acceso. Al rato, llegaron parte de los trabajadores de la mina San José que querían participar con los 33 en la misa.

Pero un cordón de carabineros se lo impidió.

Los trabajadores de la mina que se quedaron sin trabajo tras el derrumbe del 5 de agosto –y quienes participaron y ayudaron a sacar a sus compañeros atrapados– comenzaron a protestar. Tenían carteles que reclamaban sus pagos.

«70 días sin plata y trabajo. Finiquito ya. No nos roben». Otro decía «Piñera para el show». Una mujer sostenía uno que se preguntaba «Y a nosotros, ¿quién nos saca del hoyo?» Había pasado media hora de la una de la tarde y un teniente de carabineros sacó a golpes a un periodista chileno. Sergio Oyarce, del diario regional Chañarcillo, dijo: «Estaba sacando las mismas imágenes que la prensa internacional, pero con nosotros es distinto. Así nos tratan».

Las duras condiciones laborales de los mineros se hicieron aún más visibles tras el derrumbe de la mina San José. La sobreexplotación provocó un colapso de sus estructuras, que ya habían dado señales de alerta. En julio, un derrumbe más pequeño había atrapado a un trabajador, quien perdió una pierna. La mina fue clausurada pero rápidamente abierta. Ahora se investiga el trámite que permitió que los mineros volvieran a ingresar a las profundidades para buscar cobre y oro. Una trampa que no tenía ni las escaleras de salida de emergencia obligatorias.

El presidente Sebastián Piñera anunció después del espectacular rescate de los 33 hombres que, en Chile, habrá una reforma laboral radical. «Vamos a crear una cultura del respeto a la vida, a la salud y a la dignidad de nuestros trabajadores», anunció el jueves después de visitar a los mineros en el hospital de Copiapó.

Cinco días después del rescate de los mineros, parecía que nada había cambiado para estos 300 trabajadores.

Omar Reygadas, uno de «los 33», también ayer apoyó a sus compañeros que pedían por su indemnización en el campamento. Con una tranquilidad tal que los cientos de camarógrafos se mantuvieron a varios metros de distancia, se largó a caminar por la única calle del Campamento Esperanza. Fue hasta una carpa azul y entró. «El viejito quería ver dónde habíamos estado nosotros sus hijos y nietos», le dijo Fabiana a Clarín.

Reygadas, con los anteojos que todavía le recuerdan los 70 días de oscuridad que vivió, sonreía a todos y contaba que estaba bien. Que él era un topo, que volverá a una mina y seguirá luchando para que lo que le pasó nunca más lo viva otro minero.

Clarin.com

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