Con rancheras y reggaeton, buscan mantener el ánimo de los mineros – La radio minera debió prestar un micrófono con una linterna pegada y con eso fue posible tener comunicación. Todos los amaneceres son gélidos y nublados en Copiapó. Aquí en el norte de Chile la niebla tiene nombre propio: Camanchaca, y no deja ver nada a más de un par de metros de distancia. También la aridez de este desierto es famosa. Pero hace poco llovió y extensas zonas de este páramo se han llenado de pequeñas flores moradas. «Hace más de 10 años que no pasaba algo así», aseguran los lugareños.
Alberto Iturra, es el jefe del equipo de psicólogos que asisten a los 33 mineros atrapados dentro de esta montaña cobriza. Llega temprano a la mañana y explica las vicisitudes del trabajo más singular que le tocó realizar en su carrera.
«He hecho muchas cosas. Pero lo que más me preparó para esto fueron los 26 años trabajando con mineros. Conozco su cultura y su particular idiosincracia», cuenta.
Ahora lidia con la ardua tarea de mantener la salud mental de 33 de ellos, que enfrentan el desafío de vivir en un infierno de oscuridad, calor, lodo y humedad. Pero se lo toma con calma y paciencia. Nada de falsas ilusiones.
«No les vamos a subir el ánimo, si les subiéramos el ánimo tendríamos unos maníacos eufóricos abajo que serían muy difíciles de controlar». Según el psicólogo, los mineros están bien y van manejando sus ritmos emocionales a su propio ritmo. «La seriedad cuando se necesita, el control cuando se necesita, la lágrima cuando se necesita y es adecuada».
Iturra debió afrontar más de un vez la frustración de no poder darles la contención que hubiese querido. «Qué le puedo responder a alguien me dice ‘tengo pena porque no voy a estar en el nacimiento de mi primer hijo’… te acompaño en el dolor, nada más», relata.
En sus manos lleva un par de libros de autoayuda de su propia biblioteca. «Me los pidieron así que seleccioné algunos y se los mandaré. También pidieron música: rancheras y reggeatton «.
Hace unos días, Iturra les comunicó que iban a poder hablar con sus familias. «No les va a dar un infarto o algo así, no?», preguntó Le contestaron las risas. «Después de lo que hemos pasado… puta que es desubicado doctor».
Durante la mañana habló el presidente Sebastián Piñera, quien aseguró que las labores de perforación de la máquina Strata 950 «están bien encaminadas». También confirmó que otra máquina viene en camino para ampliar una de las perforaciones ya hechas.
Otro hombre viene escalando la loma hacia el centro de comando con libros bajo el brazo. Es Alejandro Pino Uribe, gerente de la Asociación Chilena de Seguridad. «Pidieron que les mandemos cursos para estudiar, así que les traje uno de oratoria. Creo que con la intensa actividad de la prensa que deberán enfrentar no les vendrá mal mejorar su capacidad de comunicación. Quien sabe, hasta podrían dejar la minería y dedicarse a la política», dice con una sonrisa. El humor es un factor clave para no bajar los brazos.
«Todos estamos aprendiendo con esto», reconoció. «En el fondo, es mantener una línea de vida con pacientes que se encuentran a 700 metros de profundidad». Pero a diferencia de la mayoría, el ya vivió una experiencia similar. Durante su juventud fue periodista y le tocó cubrir el derrumbe de la mina de cobre Flor de Té, en Andacollo.
Allí cinco mineros estuvieron atrapados durante una semana. Se tuvo que hacer una perforación para poder encontrarlos y luego un túnel para rescatarlos. «El tema fue que de los 7 días que duró el recate, estuvieron 4 sin agua ni comida. Se comieron los cinturones», cuenta rememorando aquel febrero de 1964.
La radio minera debió prestar un micrófono con una linterna pegada y con eso fue posible tener comunicación. Por el túnel se les envió alimento. «Pero todo era muy artesanal. A través de una manguera de jardín les metían papilla y después se la envíaban con aire a presión de una compresora», cuenta. «Lo más impresionante fue que cuando lograron sacarlos al amanecer del séptimo día, todo el pueblo que no se había movido de las laderas del cerro, más toda la gente que participó del rescate, se pusieron a cantar el himno. Fue lo más glorioso que escuché».
Curiosamente, aunque tuvieron miles de oportunidades de cambiar de profesión, todos volvieron a la mina. «El minero lo lleva en la sangre», dice Uribe y sigue subiendo la cuesta, con los libros bajo el brazo.