Pablo Luque tuvo un pasado oscuro y terrible. Hoy estudia y trabaja por su cuenta con discapacitados.

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Pablo Alberto Luque tiene hoy 33 años. De un pasado complicado y de haber sido junto a sus hermanos, el «terror de la ciudad», a estos días de tranquilidad.

A cuestas Pablo lleva lo que algunos saben y otros no. Días de drogas, alcohol, vandalismo y aún peor, una familia de antecedentes tremendos.

Su mamá se llamaba Sonia, murió hace 24 años, encerrada en el penal de Santa Fe en un confuso accidente. Misteriosamente se cayó desde la terraza. «Mi abuela dice que no fue un accidente, pero todo se tapó», dice Pablo.

Sonia fue condenada a perpetua por homicidio de su esposo, Miguel Ramón Luque– el papá de Pablo-. Un hombre golpeador, alcohólico y violento. «Cuando digo que era violento, era porque era violento en serio. En una cena mi papá la sacó con el cinto a mi mamá, que estaba haciéndose la linda con otro tipo, le bajó cuatro dientes en cuatro cuadras», comenta Pablo al recordar.
El abuelo paterno de los mellizos Pablo y Federico, y de Luciano Luque, se llamaba Santiago y apuñaló a su esposa. Creyendo que la había matado, se pegó un tiro. Su esposa vivió un poco mas.

Así se criaron Federico, Pablo y Luciano. En medio de un clima duro y un ambiente criminal.

Pero un día la vida de Pablo dio un giro. Dice que conoció a Dios un 12 de marzo del año 2000. «Es mi cumpleaños, aunque en realidad es el 13, pero para mí es el 12».

Después de eso, Pablo comenzó a normalizar su vida. «Trabajé de changas, en la cancha de golf de Trebolense y en metalúrgicas. La gente no me dio trabajo enseguida,
hubo un proceso importante y es lógico», recuerda Pablo y agrega: «No pienso si hay gente que me perdonó o no. Con la sociedad me veo bien. La mayoría reconoce mi cambio, pero no le doy más valor de lo que merece. Es lindo sentirse aceptado».

Cuando le preguntamos en que segmento de gente fue integrado primero, el «Mellizo» dice: «La clase alta siempre tiene mas dificultades en creer y aceptar».

Hoy Pablo trabaja como acompañante terapéutico y si vida dio un nuevo giro. «Estudié en Rosario, hice un curso de un año y estoy en segundo año de psicología social. Lo estoy haciendo a distancia».

Se independizó y decidió ser autónomo. Algo le hizo sentir que podía ser útil donde más necesidades hay. «Tengo mucho trabajo. Estoy trabajando con tres personas con discapacidades diferentes como motrices, bipolaridad y retrasos mentales. Me gusta el trabajo, en casos donde humanamente la sociedad olvida a cierta gente y no le da lo que a una persona normal le damos».

Los casos

«Tengo un caso como Rubén S. que la primera vez que lo vi estaba postrado en una cama. Lo subí a una silla de rueda, salimos a pasear, tomamos una gaseosa y empezás a notar cambios. Estar con alguien y hacerlo sentir útil es suficiente. Te aclaro que no hago mas cosas de las que puede hacer un médico o un profesional», dice Pablo y agrega: «Nunca imaginé trabajar con discapacitados. El tema siempre me llamó la atención por saber que sienten o no. Si saben que tienen problemas o si ellos notan cuando alguien los mira mal».
El «Melli» además comenta que «Rubén cuando me ve entrar a la casa, se sienta en la cama y quiere salir».

Cómo te sentís trabajando en esto?

«Me siento a veces solo trabajando. No soy el único que trabaja en esto, pero estoy sin apoyo de las Areas Sociales. Habría que trabajar con un equipo interdisciplinario. A veces hay cosas que se emparchan, no veo trabajos a largo plazo».

Qué aspirás a hacer?

«Aspiro a que la cosa cambie. Aspiro a que la gente con discapacidades viva bien. Que tengan un lugar para practicar deportes, estudiar y disfrutar de la vida. Tengo un proyecto y un programa para trabajar con ellos. Lo tengo pensado y diseñado. Una sola persona puede ver en ellos cambios terribles, entonces si un equipo trabaja con ellos esto puede ser mas fuerte».

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