Es Wael Ghonim, que pasó 12 días vendado en prisión por haber iniciado las protestas, a través de Facebook, el 25 de enero.

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Un ejecutivo de Google, la nueva voz de la rebelión popular egipcia – Tras ser liberado, habló a la multitud que colmó la plaza, en la mayor marcha contra el Presidente Mubarak.

La experiencia lo toma a uno por sorpresa. Se está caminando un rato después del mediodía en la Plaza de la Liberación, esa ciudadela rebelde repleta de carpas en el centro de El Cairo, y de un minuto al otro, casi imperceptiblemente, ya no hay cómo moverse.

Una multitud inesperada desbordó el enorme paseo de 55.000 metros cuadrados para exhibir la vitalidad que todavía guarda el músculo de esta rebelión decidida a acabar con el régimen autoritario de Hosni Mubarak.

La gente, entre la que se veía mucha clase media y media alta, profesionales y docentes universitarios además de familias con niños pequeños, ingresó en masa por todas las esquinas. Dentro fueron recibidos con aplausos y redoblantes, a ritmo de batucada y sin que hubiera mediado una convocatoria especial.

Sólo, influyó sí, la tremenda impresión que causó en todo el país el llanto en televisión de un alto ejecutivo de Google, Wael Ghonim, quien fue detenido y desaparecido por la policía durante 12 días por haber detonado esta protesta el 25 de enero a través de Facebook. Horas después que lo dejaron en libertad el lunes, dio un reportaje en el canal privado egipcio Dream que conmovió al país y movilizó a quienes aún dudaban.

Fue el otro asombro de la jornada: descubrir ayer al atardecer en un palco de la plaza a este hombre de 30 años, adalid de la nueva era de las comunicaciones, ejecutivo de una multinacional norteamericana, que se convertía en la cara visible, un liderazgo no asumido, de una de las mayores rebeliones en la historia de Egipto y de esta región. ¿De qué modo, se preguntaban más seguros los ya veteranos militantes en la plaza, le achacarán ahora a la protesta un peligro ultraislámico o un carácter no democrático? Es la misma incógnita que presionará en EE.UU. y Europa cuyos gobiernos siguen de un modo u otro respaldando a la dictadura y debiendo respuestas.

«Esto va a airear la revolución», decía entusiasmado a Clarín uno de esos dirigentes analizando la irrupción de Ghonim. Ese término revolución es el que más se usa aquí para llamar a esta rebelión, especialmente entre los jóvenes, uno de los cuales exhibía ayer un cartel con una esfinge egipcia ataviada con la boina del Che.

La protesta cumplió ayer sus primeras dos semanas con esta inmensa movilización que superó a las dos del millón realizadas el miércoles y el viernes.

La presencia de tantos militantes produjo algunos cambios y ocurrencias. Hay quienes llaman a la Plaza la «República de Tahrir» que es el otro nombre que tiene este paseo, ademas del de Liberación. El mote exagerado es por la independencia frente al régimen autoritario que se dan sus ocupantes quienes proclaman que ahí, al revés del resto de Egipto, «es posible hablar», según la síntesis que hizo Mariam, una muchacha de 24 años, diseñadora de interiores.

Otra joven, Dalia, alta y espigada, vestida con un elegante conjunto europeo, y que afirma en un inglés con acento norteamericano que es analista financiera y broker, deja un segundo el celular para explicarnos que hace tres días que va todas las tardes a la plaza. «Hoy estoy entusiasmada porque el diario Der Spiegel informó que están esperando a Mubarak en una clínica de Alemania donde lo van a retener con la excusas de curarlo», dice mostrando su moderno celular con el título del periódico.

Der Spiegel difundió efectivamente ayer que el dictador enfermo de cáncer será internado en un instituto sofisticado de Baden Baden.

La irrupción de estos sectores sociales, como el de Dalia, se combina con la de los docentes universitarios, que ayer intentaron hacer una marcha de apoyo a la rebelión con 5.000 integrantes del gremio pero la policía se los impidió. De todos modos, la jornada agregó otra novedad: una sentada de los opositores frente al Parlamento.

En el Plaza, en tanto, la cantidad de carpas ha crecido de modo tal que ya es muy difícil caminar entre ellas. Y se perdió la frontera que antes existía entre los muy religiosos de un lado y los menos creyentes o nada creyentes del otro.

Ahora puede verse gente orando al estilo musulmán por todas partes, pero también junto con ellos otros que rezan con la cruz y cada tanto reciben una misa. Esta actividades no suceden por sectores separados, ocurren mezcladas entre la gente, en un sincretismo que no es común ni en esta región ni en otras partes del mundo.

Los carteles de mejor elaboración, algunas jaulas pequeñas donde han puesto una figura de Mubarak encerrada, o gazebos hechos con palos de madera y paredes y techos de nailon grueso, son parte de una etapa de mayor sofisticación en la ocupación.

También la música, que es pegadiza con un ritmo de tambores que hace que hombres y mujeres, ellas con o sin el atavío musulmán, con o sin jeans apretados, muevan las caderas hacia allá y hacia acá porque llega más y más y más gente y eso es lo que se celebra.

Todo un torrente de pequeños negocios se sumó a la experiencia. Un «Ministerio de Información de la República de Tahrir» entrega banderas de Egipto a 5 libras la unidad (menos de un dólar) y por ahí un té lo venden a una libra.

Como la multitud es enorme, los militares que custodian la principal entrada desde los puentes del Nilo aflojaron los límites y desaparecieron varios cordones de seguridad. Y también desaparecieron las patotas pro-Mubarak que se amontonaban en ese lugar amparadas o por lo menos no molestadas por los militares para golpear y escupir a los periodistas y a la gente. Ayer el equipo de Clarín ingresó a la plaza sin que nadie le hiciera preguntas.

Fuente: Clarín.com

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