El Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Tucumán consideró al acusado, el exguardiacárcel Santo González, como partícipe secundario del secuestro, retención y ocultamiento del nieto restituido Mario Navarro, nacido en el cautiverio de su madre en el centro clandestino Villa Urquiza de esa provincia, en 1976. De tal modo, González permanecerá en prisión domiciliaria.
En el cuarto punto de su veredicto, el tribunal garantizó la continuidad del tratamiento psicológico de las víctimas y sus familiares, mientras que el en quinto exhortó, en adhesión al pedido de la fiscalía y de Abuelas, “a todas aquellas personas que tengan dudas respecto de su identidad, que hubieran nacido entre 1975 y 1983, a que concurran a la justicia federal, a Abuelas de Plaza de Mayo o a cualquier otro organismo de derechos humanos a los efectos de recibir asesoramiento idóneo sobre la materia”. Los fundamentos de la sentencia serán leídos el próximo jueves 12 de diciembre.
La querella de Abuelas, representada por las abogadas Carolina Villella y Patricia Chalup, había solicitado 13 años para el imputado. Chalup, de la filial de Abuelas de Córdoba, detalló en el alegato los principales aspectos de la práctica generalizada de apropiación de menores llevada a cabo durante la última dictadura y se refirió al cautiverio de la madre de Mario: “Fue torturada y violada de manera sistemática. Parió en condiciones inhumanas, en el piso, sólo alcanzó a escuchar el llanto del bebé. No pudo verlo, siempre pensó que había sido un niño”, señaló. A su turno, Villella situó al acusado en la escena de los hechos y con pleno conocimiento de los delitos que allí se cometían. “Es una desaparición forzada de persona”, subrayó.
Previamente, la fiscalía, había establecido la participación necesaria del imputado en los hechos objeto del juicio, así como el marco en el que se produjeron. “Son delitos de lesa humanidad”, remarcó el fiscal Pablo Camuña. “Este delito es de carácter permanente y arranca en el momento de la sustracción de la víctima y culmina cuando cesa el delito, cuando se restablece su identidad biológica, en este caso 38 años después por iniciativa del propio Mario e iniciativa de su propia madre, antes, al dejar su muestra genética”, sostuvo su colega Valentina García Salemi.
La letrada recordó las palabras de la psicóloga Fabiana Rousseaux, del Centro Ulloa, durante el juicio: “Una persona apropiada bajo el terrorismo de Estado que no conoce su identidad es una persona secuestrada a la vista de todos, ni hablar en ese pequeño pueblo que se crió Mario”. “Es imposible que alguien pase por este tipo de eventos y no sufra las consecuencias en su psiquis y en su cuerpo”, agregó Camuña, y acto seguido pidió 12 años de prisión para González.
En su emotiva declaración testimonial del pasado martes, el nieto restituido Mario Navarro afirmó: “Siempre sospeché que mis padres de crianza no eran mis verdaderos padres, entre otros motivos por su edad avanzada. Tuve una relación buena con ellos, pero las dudas siempre estuvieron”.
Lo hizo de manera remota, desde España, donde reside hace poco más de un mes con su familia. Criado en Las Rosas, departamento Belgrano, provincia de Santa Fe, trabajador metalmecánico, Mario contó el camino que transitó hasta conocer su identidad y reencontrarse con su madre biológica.
En su relato incluyó a un hombre de apellido Espinoza, de acento tucumano, que cada año los visitaba en Las Rosas con su esposa. “También iba a San Lorenzo, cerca de Rosario, a visitar a otro chico. Falleció en el 93 o 94, y su mujer seguía en comunicación con mis padres, por carta”, recordó. El papel de Espinoza, según todo indicaba, era el de entregador de Mario y de ese otro chico.
Mario se fue a estudiar medicina a Rosario, y su paso por la universidad le abrió los ojos y pudo relacionar su propio origen con la dictadura. Escuchó por primera vez sobre el robo de bebés, torturas, centros clandestinos, y todo eso caló más profundo en él y se empezó a preguntar “por qué no”.
Tuvo que interrumpir sus estudios cuando su padre de crianza enfermó. Volvió a Las Rosas, se puso a trabajar, conoció a quien sería su mujer, tuvieron a su primer hijo y se mudaron juntos. Entre todo esto, la duda sobre su origen continuaba. “Mi esposa empieza a charlarlo con mi madre de crianza, yo viajaba mucho porque mi trabajo lo requería, pero me había propuesto no interrogar a mi madre al respecto, postergué el tema”, expresó.
Más adelante, en 2015, las dudas se acrecientan. “Tengo que dar un paso”, se dijo. Decidió comunicarse por mail con Abuelas, empezó a investigar un poco más, a mirar la web, las fotos de los desaparecidos, buscaba parecidos. Tal como declaró ante el tribunal, siempre pensó en el vínculo con Tucumán –sin saber que en realidad había nacido allí– por el rol de Espinoza en la historia.
Tras el fallecimiento de su madre de crianza, el 25 de julio de 2015, recibió el llamado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación para hacerse el ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos. “Fui con mi esposa, me explican y doy mi sangre para que se compare con todos los grupos familiares. Yo tenía 38 años, en el viaje de vuelta le dije a mi esposa que iba a pasar por lo de mi madrina (que vivía en el pueblo), llego de Buenos Aires, voy a su casa y estuvimos como dos horas charlando. ‘No tengo a nadie’, le dije, ‘vos sabés mi origen, me podés ayudar, es necesario por mis hijos’. Por ellos hice todo esto también. Me negó todo”.
“En noviembre de ese año recibo un llamado desde la filial de Rosario de Abuelas, ‘necesitamos que vengas’, me dicen, voy con mi esposa y ahí me informan que el ADN dio positivo, ‘encontramos a tu mamá, está con vida, es de San Miguel de Tucumán’, y simultáneamente le estaban diciendo a ella que 38 años después habían encontrado a su hijo, que ella había tenido adentro de la cárcel”.
Ese día se pasaron unas fotos, vieron los sorprendentes parecidos –“mi mamá era yo con peluca”–, hablaron por primera vez por teléfono, ella lloraba mucho, y ella le dijo: “Hijo, yo sé que nos separaron, lo único que escuché fue tu llantito, después me encapucharon de nuevo, y hoy escucho muchísimos años después tu voz de hombre, y te prometo que nunca más nos van a separar”.
“Yo quería conocerla, quería verla, y un 3 de diciembre de 2015, hace exactamente nueve años, nos encontramos en la sede de Abuelas en Buenos Aires, por primera vez nos vimos a la cara. Fue una alegría enorme, puro amor”, dijo Mario, al término de su declaración.