Por Francisco Díaz de Azevedo
Le mandé un whattsapp que demoró en contestar. Si bien no es un «contestador» instantáneo de mensajes, Claudio nunca se hace esperar mucho.
Era el viernes por la mañana, y en el chat del loguito verde, le puse:
PANCHO – «Padre, seguís por acá?»
Eran las 9.03 del viernes. Recién la respuesta llegó a las 16. Raro, nunca se hace esperar tanto.
CLAUDIO – «Hola Pancho. Si. Hasta mañana».
Me contestó recién a las 16.
No demoré en retrucar:
PANCHO – «Uuuuuuuuh. Puedo pasar a hacerte una nota? La última?»
Otra vez el silencio. Una, dos, tres, cinco horas. Nada. Entendí que Claudio estaba pasando por un momento sumamente intenso. Despedirse tras casi 6 años de esta ciudad en la que vivió tantas emociones.
Mi celular sonó a las 7.07 de la mañana del sábado.
CLAUDIO – «Hola Pancho. Perdón que ayer no te respondí. Estuve a mil!!
Le mandé un audio. Quedamos para las 19. Y ahí estuve. Al lado de la parroquia, sin entrar, lo esperé sentado en una escalerita. Claudio apareció, recién bañado, camisa celeste impecable. Se lo veía conmovido, intenso, yendo de un lado a otro. En un rato habría misa, presentaría a Javier Rossi como nuevo cura de la ciudad y se iría.
Una familia cargaba pertenencias en un auto. Claudio supervisaba todo. Encendí el grabador digital. Se le atragantó la voz en la primera frase. «Son muchas cosas vividas. La gente, los amigos, la historia de la cruz que se cayó y que se volvió a subir, la catequesis, los grupos de matrimonios, la capilla de oración perpetua…»
Se le trabó la última palabra.
PANCHO – «Que te llevás de acá?»
«Muchas cosas, muchos momentos. Estos días fueron muy movilizadores. Viví demasiadas cosas».
PANCHO – «Y en un rato te vas…?»
«Imaginate que en 20 minutos presento a Javier, que va a dar su primera misa, y cuando termina, hay un pequeño ágape, y después me subo al auto y me voy…»
PANCHO – «A donde te vas?»
«A Santa Fe. A un barrio de la zona oste, es populoso, Santa Rosa de Lima. Ya mismo. El auto está cargado. Iré viajando, repasando cosas y reflexionando».
El grabador se paró, la nota no duró más de 2.34 minutos. Claudio estaba conmovido, movilizado, lleno de gente que desfilaba por el costado de la parroquia queriendo saludarlo.
Dejó su sello, su impronta, y su estilo. Convivió con la canchita del cura sin ser un fanático del fútbol, puso la cruz en su lugar luego de esa fatídica caída. Dejó montañas de amigos. Sin dudas, fue un gran tipo, que detrás de su investidura religiosa, maneja como puede un corazón que sabe que extrañará a esta ciudad.
Mientras tanto, hasta la llegada de alguna festividad, muchos esperaremos su regreso por estos pagos, para darle un abrazo. Uno más, aunque sea sólo en carácter de visitante, pero con el mismo sentimiento a un ser humano verdaderamente maravilloso.