TEATRO CALLEJERO – Festivales en los que todo espectador era protagonista

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Por Rubén Adalberto Pron.

El 22 de diciembre de 1990, se realizó en El Trébol, que ya era ciudad aunque seguía funcionando como un pueblo grande, el Primer Festival Nacional de Teatro Callejero.

Lo organizó el elenco teatral Aguilera-Bordigoni, que encabezaba Abel Bordigoni, con el valioso acompañamiento de Ida Gori y un grupo de entusiastas jóvenes que empezaban a incursionar en las artes escénicas como continuadores de una larga tradición que se remontaba a los orígenes de la localidad y que se había consolidado en la década de 1940 con la llegada de Ángel Gramática, integrante de una troupe circense que siguió camino con la carpa de lona mientras él decidía quedarse a sembrar la semilla del teatro vocacional estable en estas tierras.

Heredero de esta pasión fue Abel Bordigoni, hijo de actor –Aldo–, hermano de actor –Aldito– y padre de actores –Ulises y Leonardo–, algunos de los cuales dejaron las tablas llamados por otras vocaciones y uno de ellos –Leo– dedicado profesionalmente a la fascinación de la magia y la prestidigitación, ahora en Europa.

“Páchula”, como era conocido Abel con un apodo heredado de su hermano Aldo, se subió a todas las expresiones de su época: el teatro costumbrista, el café concert, el teatro negro, y a todas le puso una impronta, una pasión y un empeño, reconocido no sólo en el pueblo, sino en distintos escenarios del país y del exterior donde llevó sus espectáculos.

Atento a toda innovación, descubrió el teatro callejero, una expresión nacida en Uruguay para desafiar a la cultura oficial en la dictadura de los ’70 en el vecino país a la que “Páchula” le dio una vuelta de tuerca convocando a distintas expresiones artísticas para mostrarlas en las calles y plazas del pueblo, buscando que los vecinos fueran protagonistas y no meros expectadores.

Músicos, payasos, titiriteros, contorsionistas, mimos, cómicos, bailarines, imitadores, teatreros ambulantes como aquellos cómicos de la legua del Medioevo, todos tenían lugar en los festivales de teatro callejero que año tras año se realizaron en El Trébol a lo largo de una década.

“El Encuentro tenía como característica que el trabajo no debía exceder los 7 minutos y que todo el festival durara un día. Sí, un día. Se llegaba a la mañana temprano y en la sede del Teatro Español (NdelA: El Cervantes) te recibían con muchas clases de tortas, café o mate. A media mañana, cuando estábamos todos, nos trasladábamos al otro lado del pueblo, al Club Trebolense, y de paso se largaba”, contó en sus memorias el titiritero Florentino Sánchez, uno de los más asiduos participantes.

Y así contaba su desarrollo: “Autos, camionetas y una larga caminata, batucada delante por el pueblo con paradas para mostrar algunos trabajos, convocar para la tarde y noche en la plaza central. Al mediodía, gran almuerzo y luego cada uno a su lugar de trabajo. A la noche, los que estaban más cerca en kilómetros se volvían y los demás volvíamos al club a cenar y esperar el otro día para volvernos. El encuentro en sí mismo no tenía mucho valor –había vecinos que no le daban mucha bola–; lo que sí tenía valor era la grandeza de Abel, el poder charlar con él, el encontrarse con compañeros venidos de muchos lugares por un día nada más que porque convocaba Abel”.

Los festivales fueron diez, el último en el año 1999. “Páchula” Bordigoni ya estaba enfermo y fallecería dos años después. Nadie pudo sustituirlo en esa voluntad desaforada de llevar las expresiones teatrales hasta lo más profundo de la comunidad.

Cuando en una de las últimas ediciones se inauguró en el Anfiteatro Ecológico la columna al tope de la cual se encendió el fuego del teatro (que según Abel debía volver a iluminar cada vez que hubiera actividad teatral en la ciudad), le tocó al autor de esta nota traer la antorcha encendida en la llama votiva del Monumento Nacional a la Bandera de Rosario. Fue a pedido de “Páchula” y fue bueno haberlo realizado.

Si los festivales se reeditaran, lo volvería a hacer. Pero para que ello ocurra, haría falta otro “loco” como lo fue Abel. Un “loco” genial.

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