Por Francisco Díaz de Azevedo
Hay personas que son muy especiales y que dejan un legado. Hay personas que brillan, no desde la excentricidad ni por ser ampulosos llamando la atención, sino que brillan desde la tenue luz de la humildad y la sencillez.
Y esa luz, que parece avivada sólo por lo simple y lo sencillo, es tan potente y tan fuerte, como la luz de los meteoros que pasan por la vida.
Esa luz chiquita, humilde, simple y tímida, es de las que duran por siempre y que dejan un legado. No es la luz de una estrella, es la luz de un cometa, esa que deja una estela que contagia a quienes vienen detrás.
Uno de los máximos exponentes de esa luz tímida y tan poderosa, era y es Miguel Caldo. «Calducho». Ayer, 22 , hubiera cumplido años en la tierra, junto a los Bomberos de la ciudad. Miguel, el tipo que siempre estaba, en el que siempre podías contar, el que estaba siempre dispuesto, cuando una institución lo llamaba.
Miguel es un aparte viva de Bomberos, dejó un marca, un legado. Y lo dejó no sólo en Bomberos.
Miguel, simplemente Miguel; el de la familia con la misma luz. Esa que resplandece tímida en su esposa y en sus hijos, y que ya late en sus nietos; y que tiene la magia de la eternidad, de ser recordado por y para siempre. Porque esa es una luz especial, que no muchos poseen, que perdura y que se transmite por sangre.
Él es como el vuelo del cometa, que cuando lo queres ver, ya pasó, pero deja su estela, su recorrido y su camino. Y que ese camino es tomado por ejemplo. El ADN se llama «Caldo», y el gen se define en dos palabras: Buena gente.
«Buena gente» es una característica tan poderosa, que tiene la capacidad de cambiar el mundo con pequeñas acciones. Como las de Miguel, en su paso por esta tierra. Y ahora que lo queremos ver, ya pasó, pero dejó el camino marcado, y eso no se olvida más.