Avanza la restauración de la cruz de la torre de la iglesia

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Por Ruben Adalberto Pron

Roberto Gorosito habla con voz calma, pausada. Su taller es amplio, prolijo, bien iluminado y sobre todo limpio a pesar de que le llevan a reparar maquinaria pesada con sistemas hidráulicos deteriorados, que pierden aceite, lo que –naturalmente– ensucia.

Su trabajo es confiable, de lo que este cronista puede dar fe ya años atrás fue su cliente. Desde aquel momento la infraestructura del taller creció y ahora cuenta con un segundo tinglado que achicó el patio del terreno al estirar su cubierta hacia la calle Santa Fe, por donde se accede al establecimiento.

En ese lugar reposa, silenciosa y desnuda, la que alguna vez fue la majestuosa cruz de la torre de la iglesia San Lorenzo Mártir, ésa que extrañamos cuando alzamos la vista y la dirigimos hacia donde se yergue el templo de paredes de ladrillo a la vista –sede de la parroquia católica de El Trébol–, con columnas toscanas en el atrio, campanas en lo alto de la torre y más arriba los cuadrantes del reloj que miran a los cuatro rumbos debajo de la cúpula de chapa sobre la que se elevaba la cruz, colocada en su lugar en 1931.

Esa cruz –o parte de lo que quedó de ella luego de que algunas piezas de bronce le fueron robadas tras desplomarse a principios de este año, golpeada por la furia de un viento huracanado– apenas se reconoce, tendida sobre dos caballetes, por el cruce de los caños de acero que conforman el pie (que los romanos denominaban stipes) y los brazos del crucero (en latín, patibulum).

Su pedestal quebrado ya había sido soldado y reforzado en 2008 en un riesgoso trabajo en altura realizado por un equipo del empresario Claudio Tesio, pero la corrosión siguió haciendo su trabajo, debilitando el basamento. Los efectos del deterioro ya se apreciaban en mayo de 2021 cuando la cruz comenzó a inclinarse.

Los meses transcurridos desde entonces no hicieron más que hacerla fatalmente vulnerable a las furibundas ráfagas del temporal del 16 de enero.

En obras

La corona del rosetón que fija el encuentro del mástil con el crucero muestra las soldaduras que recibió para unir los trozos en que se había partido, pero aún falta adherirle los rayos que convergían en el centro. El basamento de la cruz, que tenía un lucernario y se destrozó en el impacto contra el suelo, deberá ser reemplazado, lo mismo que el pararrayos y la figura del gallo sobre el que se empinaba.

El gallo, que como anunciador del día es en la iconografía cristiana el símbolo de la resurrección y era a la vez la veleta que indicaba la dirección del viento, es la pieza faltante más destacada. Era de bronce, Gorosito estima que puede haber pesado entre diez y quince kilos y es otro de los componentes que también habrá que sustituir luego de que, dos días después de la caída, fuera robado del terreno de “la Canchita del Cura” donde había sido depositada la cruz abatida mientras se deliberaba sobre cómo reparar el daño causado por la tormenta.

Otra pieza que hubo que rehacer es la estrella que se ubicaba entre el rosetón y el gallo, ya remitida por la fundición de Sastre a la que le fue encargada.

Cuando se le pregunta qué plazos se estimaron para la reconstrucción total de la cruz, Gorosito responde que en principio se esperaba que pudiera estar lista para este 10 de agosto, pero lo dificultoso del trabajo obligó a postergar esta expectativa.

El presbítero Claudio Bianculli, titular de la parroquia, pone a la vista otra cuestión: “Después habrá que elevarla y volverla a fijar en su lugar, una tarea que no será sencilla. Pero vamos paso a paso; se verá a su debido momento”, acota.

Compromiso de muchos

Si bien Gorosito es el protagonista principal del trabajo de restauración, no es el único que participa del esfuerzo. El compromiso es de muchos, hasta de los que encargan en la secretaría de la parroquia las empanadas que se venden para allegar fondos a lo que se necesita para adquirir los materiales y pagar los trabajos tercerizados.

Roberto dona su mano de obra. “Además de un orgullo, realizar este trabajo es una forma de agradecer a Dios lo que me dio. Tuve momentos difíciles en la vida y haber salido con bien de ellos lo siento como un milagro”, se emociona. De la misma manera se emocionó el padre Claudio cuando un día fue al taller y vio la cruz de nuevo armada.

“Se puso a llorar, me abrazó y yo también lloré”, revela Gorosito, sin ocultar sus sentimientos.

El valor de un símbolo

La cruz, adquirida a la firma rosarina Chaina y Cía., costó en 1931 cinco mil pesos. Eran “pesos moneda nacional”, sostenidos por el oro como patrón internacional y no por el dólar como ocurrió a partir de 1944 tras los acuerdos de Bretton Woods. Eran pesos a los que todavía no se les habían quitado ceros ni se les había cambiado de denominación como ocurrió en épocas más recientes, desde 1970 para acá.

Determinar hoy el precio de este ícono es una tarea harto difícil, porque al costo material hay que sumarle el valor espiritual y su significación ornamental para el patrimonio de la ciudad.

Pero si su caída con el templo lleno de fieles que asistían a misa y el hecho de que no lastimara a nadie puede considerarse un milagro, seguramente otro milagro similar, el de la voluntad de la comunidad de El Trébol, hará que en algún momento la torre de la iglesia dedicada a San Lorenzo Mártir y San Rafael Arcángel vuelva a lucir en lo alto la cruz que simboliza la esperanza de gran parte de la humanidad.

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