Murió Hugo Taborda. Se fue en silencio, discretamente, y muchos que hubiéramos querido acompañarlo en la despedida y estar junto a los suyos en este momento de dolor no pudimos llegar a tiempo para darle el último adiós a un hombre que, como nos pasa a todos, tuvo sus defectos, aunque más fueron –y de esto estoy seguro– las virtudes que ejercitó en la vida y sobre todo en la vida pública.
Dotado de un humanismo fundado en sólidas convicciones, impulsado por una sincera creencia religiosa, abocado al estudio de la realidad con el rigor adquirido en sus tiempos de formación en el Liceo Militar General Belgrano y militante de una sensibilidad social acrecentada en los años de su formación política, Hugo supo ser el hombre con quien compartir las preocupaciones que toda persona de bien debe dedicar a la construcción de una comunidad más justa, más igualitaria, más libre y más abocada a buscar las coincidencias que nos permitan mirar el futuro con esperanza.
Siempre buscó sobreponer esas coincidencias a las diferencias que conspiran contra la realización común exacerbando el egoísmo, la competencia, la “meritocracia” excluyente, el estigma sobre los diferentes.
En la vida política, de la que estaba apartado pero no retirado, ejerció con rectitud y dedicación dos mandatos consecutivos como senador provincial, atendiendo con equidad y sin egoísmos pueblerinos o conveniencias electoralistas necesidades de los distintos distritos del departamento San Martín y especialmente los menos dotados para afrontar las circunstancias del momento.
Aun en tiempos de dudas o flaquezas supo inspirarse en los preceptos de la doctrina que había abrazado, entendiendo que la política es una tarea demasiado importante para malgastarla en roscas de comité o negociaciones espurias para conformar una lista electoral. Y cuando no pudo transigir con las políticas que se desviaban de los principios del justicialismo prefirió dar la lucha por afuera, a sabiendas de lo desigual del desafío que afrontaba pero asumiendo el deber y aceptando la derrota con dignidad y sin resentimientos inconducentes.
Hay personas que se dan cuenta de que alguien fue importante o necesario cuando ya no está. Me precio, sin jactancia, de no estar entre ellas. Por eso Hugo, querido amigo y compañero, sé que tu ejemplo seguirá marcando el camino de lo que queremos lo mejor para la Patria y para el pueblo, y especialmente para los que ponen su esfuerzo a favor de la causa común y para los postergados y despreciados, que son los humillados por el egoísmo y el odio de los que reniegan de la igualdad y sólo defienden sus intereses personales o de grupo por encima del bienestar y la felicidad de todos.
Ruben Adalberto Pron
Noviembre de 2019