Por Francisco Díaz de Azevedo
Como cualquier tarde, una salidita a tomar un heladito en este septiembre primaveral es casi una tentación. Esa costumbre pueblerina de la escapada a la siesta a las heladerías sigue siendo un leit motiv de la postal céntrica de la ciudad.
El cielo está azul, la temperatura es la ideal y la tentación de una crema helada le hace a este cronista de la vida cotidiana atravesar la puerta en busca de un cono de dulce de leche y marroc.
Pero al llegar a la barra misma, me la encuentro a ella. “Hola”, me dice con sonrisa pícara y gesto de niña. “Hola” respondo entre sorprendido y emocionado.
Serena Taborda, tiene 19 años, es de contextura baja, cabello castaño recogido y sonrisa fácil. La joven tiene síndrome de down, un dato casi imperceptible si tenemos en cuenta sin soltura al saludar y su manera de relacionarse. Sólo los ojitos achinados la delatan.
Ojitos que brillan detrás del mostrador
Oriana, la propietaria de “Lila”, una de las heladerías de la ciudad, está a su lado. Se le escapa una risa al instante. Es que Serena le da color a todo lo que toca, casi como si tuviera una varita mágica. Salvo que su magia viene de su mirada y su corazón.
“Serena trabaja con nosotros desde hace 10 días, Lo hace de lunes a viernes de 13 a 17 hs. Nos ayuda mucho, elabora tortas, chocolinas y arma los alfajorcitos de maicena. También comenzó a servir los helados”, cuanta Oriana y agrega: “El año pasado me hablaron de la Escuela Especial para hacer pasantías pero después no sé qué pasó y no se concretó. Pero hace poco me hablaron de la Municipalidad por unos programas de inclusión. Yo les dije que sí, aparte, justo me había hablado la mamá de Sere”.
“Sos mi mejor jefecita”
Ante la atenta mirada de Serena, la propietaria de Lila señala: “Aprendemos mucho de ella y ella aprende de nosotros. Yo al principio tenía miedo porque nunca me había relacionado con chicos con síndrome de down. Es excelente, Serena nos hizo bien a todos. Es increíble. Viene a trabajar con una alegría. Yo a veces llego cansada y con mis cosas y ella me dice “Sos mi mejor Jefecita” y me cambia el día. Es compradora, muy agradable y hasta el cliente empezó a cambiar en sus formas y sus actitudes. La gente viene apurada, no le gusta esperar y es como que ahora todos pueden hacerse un tiempo porque ella demuestra otra cosa”.
Serena tiene una soltura llamativa. No se inmuta ante el micrófono de este periodista y dice sin vueltas: “Yo estoy felíz por mí y por mi familia. Es la primera vez que trabajo e hice buenas compañeras. Y me parece que ya gano mi propia plata”.
Y se le iluminan los ojos cuando resalta: “Lo que más me gusta es decorar las tortas, como la Selva Negra y otras más”.
Visiblemente emocionada, Oriana confiesa: “Nunca pensé que iba a pasar lo que pasó cuando vino a trabajar con nosotros. Yo no lo hice buscando un fin y nunca pensé que la gente iba a reaccionar de esta manera. Yo invito a la gente a que se anime y que les dé una oportunidad a estos chicos. Ella viene feliz a trabajar, llega 15 minutos antes y la tarde se le pasa muy rápido”.
Entra un cliente y Serena lo mira inquieta. Quiere ir a trabajar. Entonces concluyo la nota con una pregunta.
ETD – Sere, que gusto de helado te gusta más?
Se relame, y sin pensar contesta: “Me gusta el limón, la cereza y el dulce de leche con dulce de leche”.
Y se pierde detrás del mostrador. Toma un cucurucho de miel y se dispone a hacer el más rico helado de frutilla que jamás nadie haya imaginado. Es que las cosas que se hacen con el corazón son así, soñadas, celestiales y frescas, como los ojitos de Serena.