Por Melisa Barrios
A veces es mejor dejar pasar algunas frases nefastas como la de la ministra de Seguridad, Patricia Bulrrich. El odio que hace explícito en cada oportunidad, no merece mayor análisis. Su esencia así, oscura, macabra y casi no sorprende; es un ser que poco tiene de humano y de realidad social. Otros, muy cercanos a ellas, suelen opinar muy parecido.
UNO SABE LO QUE SON, PERO CUANDO HAY HAMBRE, EL CINISMO SOBRA. DUELE. DAÑA.
La realidad social, se siente, se percibe. Está a la vista. La crisis es profunda, hoy por hoy, insostenible. Ya no se trata de haber perdido el poder adquisitivo, de no poder vacacionar o de no poder darse un gusto.
Se trata de que hay muchas personas que no pueden comer. Se trata de que en este país hay hambre. Y el hambre no espera, se siente y cala hondo en la dignidad de aquellos que no pueden acceder a un plato de comida.
Así de duro. Así de doloroso. Hoy comer, en este país, es un lujo. Y creo que no hay nada más vil y déspota, que un niño, un anciano, un trabajador tenga hambre. Y no creamos el cuento que es un país pobre, NO. Somos un país rico que concentra riqueza y deja a muchos en la pobreza.
Y esa realidad no es lejana, no pasa solo en las grandes urbes, pasa también en esta ciudad, a nuestro alrededor y por eso no se puede dejar pasar la frase de alguien que representa al “Estado». Ese mismo gobierno que debería cuidar a su pueblo, en vez de castigarlo.
«Si pasan hambre tiene comedores y una cantidad de lugares donde poder ir y no pasar hambre», cínico como Bulrrich.
Del otro lado de la grieta, sin politizar, pero es necesario remarcarlo, hay gente que ayuda y asiste; casualmente en esos comedores, o en esos otros lugares que sirven de sostén para apaciguar los efectos de la crisis desleal, que para algunos es hambre y para otros es riqueza inmensurable.
No sé si es suerte, creo que sí, pero escuché el relato de esa realidad tangible que nos rodea y nos duele, o al menos a algunos argentinos, más humanos y que nos molesta las desigualdades sociales.
La injusticia de la frase de Bulrrich. El desarraigo que genera tener que asistir a otro lugar porque en tu hogar no hay plata ni siquiera para prender una hornalla, cuando se tiene la suerte de contar con un techo.
El desafecto que genera, esa frase, por no tener un momento en familia; la quita de esa dignidad que da salir a trabajar y ganarse al menos un plato de fideos. La exclusión, literal, de este sistema que condena a los millones que hoy están afuera. Esa frase genera vacío, desconcierto, dolor.
Esa frase no conoce lo que es esperar esos largos días que separan a un chico de una comida calentita. De ese viernes en el comer de la escuela a aquel alejado lunes, cuando por fin, vuelve a saborear algo rico en su paladar.
Saber que el hambre hace mella en el estómago de alguien duele en lo más profundo del alma. Es imposible que no se rompa y no se cristalicen los ojos.
El ruido de un estómago vacío tiene que ser un grito para despertar a aquellos aún hoy creen que la vida es meritocracia. Que pasar hambre es una opción, que no tener trabajo es una decisión y que no tener un techo elección.
Por eso hay que alzar las voces y castigar a los violentos que vinieron a someter a nuestro país, llámese como se llame. A esos inescrupulosos que pensaron cada acción y la llevaron con honra para poner al país de rodillas, como está hoy.
No pueden quedar impunes esas palabras y esas acciones, de esta persona y de muchas otras que se burlan de ellos argentinos.
Que haya hambre en un país rico de alimentos, avergüenza. Que haya hambre, genera dolor.
Que algunos políticos se burlen, impotencia. El cinismo personificado.
Foto: http://www.resumenlatinoamericano.org