Durante el acto por el Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia, se hizo presente Mario Navarro, el nieto 119 restituido. El hombre cercano, vecino de la ciudad de Las Rosas. La persona del interior, criado en un pueblo como cualquier otro trebolense o rosense.
Entre sus palabras, Navarro habló de la lucha y de la responsabilidad que significa llevar adelante la memoria y del orgullo de “ver a muchos jóvenes comprometidos, manteniendo viva la memoria y simplemente por una cosa, para no volver a caer en lo mismo”, en una dictadura feroz y genocida.
“De esto se tiene que hablar”, remarcó Mario y continuó: “Los pueblos tenemos que romper esos silencios y secretos de Estados a voces, y contarles a los chicos lo que pasó. Es una obligación charlar estos temas”.
Seguidamente, leyó una carta escrita por un amigo cercano, que cuenta parte de su historia y la de los demás nietos encontrados por las Abuelas, en su incansable lucha.
Emotivo relato
Rosario, lunes 6 de septiembre de 1976. Frío. La primavera se niega a cumplir su ritual y en lugar de acercarse parece huir como si no quisiera ser parte de este año pétreo y gris que se ha posado sobre Argentina.
Son las 22hs y el niño nace, llora. Sus padres se abrazan emocionados, en cuestión de minutos toma contacto con el pecho materno y su leche tibia lo adormece un instante. Movilizarse hasta esa ciudad más grande, en busca de un parto con el médico de confianza ha valido la pena.
No muy lejos de allí, también se oyen llantos de niños y no tan niños, gritos que se oyen puertas. Afuera nadie parece escucharlos y allí también nacen otros niños, pero ellos no tomaron contacto con los brazos cariñosos ni con la leche materna. Ese primer llanto será lo único que conocerán las madres de los recién nacidos y minutos después, todo será silencio.
Manos cómplices aportarán la cuota de legalidad con sus firmas y sus sellos apócrifos, no habrá fotos previas ni llegadas. Todo parece estar bajo control.
A diferencia de estos últimos, y una vez otorgada el alta médica, los padres y el niño regresan a su pueblo natal y ahí comienza a transitar su camino, paralelo al de aquellos otros niños.
Al cabo de algunos años, en uno de sus paseos infantiles, la atención del niño será acaparada por los desniveles en las veredas de la plaza del pueblo. Les explicarán que las raíces de los árboles perimetrales son tan grandes y fuertes que levantan las baldosas, por las que intenta avanzar.
Años después, con la llegada de la adolescencia el niño le retumban algunas preguntas. ¿Acaso no repararon en este detalle los arquitectos del terror? ¿Acaso pensaron que alcanzaba con tapar prolijamente esas raíces? ¿De verdad creyeron que nadie preguntaría por ellas? ¿No tuvieron en cuenta la fuerza vital con la que contaban? Y casi 43 años de aquellos nacimientos el niño concluye que no podemos volver el tiempo hacia atrás pero si podemos tomar decisiones en este presente para cambiar el futuro y reparar un poquito el pasado. Solo se trata de poder elegir.
Elegir saltar la cerca de la indiferencia para poder ver y no solo mirar, para poder escuchar además de oír, para que prevalezca la construcción de un abarcativo e inclusivo NOSOTROS, por encima del egoísta YO. Para poder encontrar la verdad que libera en mil pedazos la mentira que paraliza. Para que los verbos “buscar y encontrar” caminen juntos de la mano. Porque después de todo, nadie puede tener un andar sereno, autentico y real hacia el futuro, si niega o ignora las raíces que asoman rompiendo las baldosas.
Un relato que toma fuerza, porque la voz que lo cuenta es la voz de quien lo vivió. Es el reflejo del horror materializado, pero también, la imagen del amor, de la lucha, de la fuerza y la esperanza. En Mario como en todos los nietos, se ve la fuerza de las Abuelas y de las Madres, que pisaron la plaza para encender la luz de esta Nación y guiar el camino de la Verdad, de la Justicia, de la Memoria y por sobre todas las cosas, el camino del “Nunca Más”.
