A mediados de noviembre, un joven de 22 años se quitó la vida. Fue la novena víctima de la ciudad santafesina de San Jorge, en suicidarse este año. Apenas una semana antes, había hecho lo mismo una adolescente de 17 años, amiga de otra de 15 que se había ahorcado en octubre. Y en los últimos días de diciembre sufrió dos intentos de suicidio otra amiga de ambas chicas.
San Jorge debía festejar esta semana los 132 años de su fundación, pero una dura realidad mantiene a este pequeño pueblo de extensa pampa verde conmocionado y opaca las celebraciones: en casi dos años se suicidaron 17 personas, entre ellas 11 son jóvenes y adolescentes. Y no es todo. Muchos otros chicos intentaron hacer lo mismo a lo largo de 2018.
La situación es preocupante y las autoridades municipales desplegaron en las últimas semanas un operativo de emergencia, pero no es suficiente y piden colaboración para frenar esta «epidemia de suicidios», como coinciden en definir diferentes psicólogos y psiquiatras referentes en la problemática a nivel local e internacional entrevistados para esta nota.
De acuerdo a un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en la Argentina hay por año 14 suicidios cada 100.000 habitantes. En San Jorge, un pueblo santafesino de poco más de 22 mil vecinos, durante 2018 se suicidaron 9 personas y el año pasado lo hicieron otras 8. Las cifras locales determinan que la tasa es de 41 muertes por cada 100.000 habitantes, o sea, tres veces más que la media nacional, que es una de las más altas en la región.
Las alertas se encienden ante el panorama desalentador de los jóvenes que sufren: al menos 30 adolescentes se provocaron cortes o intentaron suicidarse en los últimos meses. Porque, claro, la persona que atenta contra su vida quiere dejar de sufrir, no morir. Y en esa idea desesperada de poner fin al dolor que los aqueja ponen fin a su existencia sin tener noción ni conciencia plena de lo que están haciendo. «Se sienten perdidos en un túnel negro, sin luz ni esperanzas», señalan los expertos sobre el suicida.
“Él cayó por la madrugada a mi casa y dijo que tenía alucinaciones de que se iba a matar, que necesitaba ayuda y que no se animaba a decírselo a su familia, pero que quería salir de ésta (las drogas). A la mañana llamé al hospital para que lo vea un médico. Me dijeron que no lo iban a poder atender, que era imposible y que fuera al día siguiente… Por la tarde mi amigo se ahorcó frente a mi casa”, recuerda con dolor su gran amiga, cuya identidad preservamos.
N.O. tenía 21 años y había abandonado la escuela a los 13, cuando consiguió su primer trabajo que resultó ser el camino al abismo. “Fue su patrón quien le enseñó a consumir porque le decía que así iba a tener más rendimiento en el laburo”, subraya con bronca y desazón la joven de 21 años. A ocho meses de esa tragedia, ella forma parte de un grupo comunitario que contiene a chicos de su barrio que sufren adicciones y violencia familiar, los principales flagelos de los que son víctimas la mayoría de los adolescentes de las zonas más vulnerables de San Jorge.
También intenta continuar con sus estudios para ser docente, pero le cuesta, aunque no baja los brazos y se refugia en la contención que le dan sus profesores. “No es fácil seguir adelante cuando se te mata un amigo frente a tu casa”, cuenta la joven en diálogo con minutouno.com, que llegó hasta el pueblo para cubrir el operativo sanitario de emergencia que se desplegó en la ciudad. Durante la cobertura y el mismo día de esta entrevista, una adolescente de 15 años intentó ahorcarse, amiga de otras dos chicas que se suicidaron en octubre y noviembre.
Si se analizan las estadísticas del Ministerio de Salud de la Nación, la realidad de San Jorge coincide con lo que muestran los datos generales: el sector de la población con mayor tasa de suicidio es la franja etaria de entre 15 y 24 años. En el pueblo santafesino, los 11 chicos que se mataron tenían entre 15 y 23 años.
“Por cada suicidio consumado hay 20 intentos (registrados o no) y por cada suicidio hay un grupo directo afectado de entre 20 a 80 personas entre los familiares y amigos. De ese grupo vulnerable, en los años siguientes, el 50% de las personas suele sufrir depresión y/o ideación suicida”, explica la psicóloga Diana Altavilla, miembro de la Asociación Internacional de Prevención del Suicidio, y dimensiona la gravedad de una problemática que crece año a año, en especial entre los más jóvenes.
Otro dato que genera escalofrío es que el grueso de los adolescentes que se suicidó eran amigos y vivían en el mismo barrio, San Martín; uno de los dos más pobres dentro de San Jorge. Allí, las condiciones de vulnerabilidad, ausencia familiar, violencia y problemas económicos son moneda corriente.
“El suicidio, que es prevenible, es multicausal y las adicciones como las drogas o el alcohol aumentan el riesgo”, remarca Héctor Basile, psiquiatra y uno de los máximos referentes en la temática, y miembro de la Red Mundial de Suicidólogos. “El abandono familiar, las carencias afectivas, el maltrato, el fracaso escolar, las decepciones amorosas, el bullying y los problemas sociales y económicos son todos desencadenantes”, enumera el ex director del hospital de psiquiatría infanto juvenil Tobar García.
El suicidio aumenta con el malestar social
De acuerdo a estimaciones oficiales, antes de 1961, se suicidaba un chico por día; en 2001 las muertes autoprovocadas afectaban a dos chicos por día y ahora se producen tres fallecimientos –siempre de adolescentes y jóvenes- diariamente. “Cuando se desestructura una familia, el niño sufre todo el tiempo. Y con la crisis económica, como la actual, los casos de suicidios aumentan”, asegura Basile. En este concepto coincide el ex director de Salud Mental y Adicciones de la Nación, André Blake, que añade: “Las altas tasas de consumo de marihuana y alcohol hacen que pasar al acto sea más fácil porque inhiben las barreras emocionales que te harían reflexionar. Banalizar el riesgo de consumirlas pone al adolescente en un lugar de vulnerabilidad”.
Qué pasó en San Jorge
“Al hablar con amigos y familiares de los chicos que se suicidaron quedó en evidencia que no sólo había problemas de adicciones y abandono familiar, sino que había violencia dentro de las familias como modo educativo. A los golpes no iban a entender lo que tenían que hacer. La falta grave de comunicación y de puesta de límites adecuados reflejan la ausencia de modelos sanos y efectivos en los adultos a cargo y eso lesiona a los chicos”, detalla Altavilla, presidenta del capítulo sobre Suicidio de la Asociación de Salud Mental.
La experta fue convocada para realizar una intervención psicosocial en el pueblo para ayudar a la comunidad. Además, señala que los padres “tienen una dificultad marcada de establecer consenso y explicar razones a los niños desde la infancia, a la vez que tampoco logran ser perseverantes en las ideas acordadas”. “Dar la palabra y cumplirla parece ser lo más difícil de sostener por todos”, subraya Altavilla.
“Mi sobrino fue uno de los primeros de esta lamentable seguidilla de suicidios. Él había dejado la escuela, consumía drogas, mi hermana – su madre- lo abandonó y su padre es un alcohólico violento al que no le importan sus hijos. Su hermanita se cría como puede y con algo de ayuda de la abuela”, describe desconsolada Mariana, madre de un adolescente por cuya vida teme. “Estoy muy atrás de él porque probó las drogas y no quiero que abandone la escuela, pero es difícil. Los amigos, el barrio, los problemas económicos… Hay que estar muy, muy encima de ellos”, admite.
En San Jorge solo hay tres escuelas secundarias, pero sobran los pupitres. Y es que la tasa de abandono es muy alta: según los datos oficiales de 2016, el 10% de los chicos dejó los estudios. Ese promedio superó al provincial, que ronda el 7,4 por ciento.
“Todos los que viven en el barrio San Martín, como yo, vamos al Normal, pero con suerte terminan segundo año. Ninguno suele llegar a tercero”, describe a minutouno.com Laura (nombre de fantasía que utilizamos para preservar su identidad). La adolescente de 16 años se sonroja cuando destaca que ella está por graduarse.
A excepción de dos casos, los adolescentes que se quitaron la vida no estaban escolarizados. Habían dejado sus estudios a los 13 años aproximadamente, y sufrían de adicción a las drogas. Algunos pocos trabajaban, todos vivían en situación de pobreza y con padres ausentes que la reman como pueden; en un contexto económico acuciante y en muchos casos también de violencia y adicción al alcohol.
En ese escenario, Érica, docente del área de Ciencias Naturales y preceptora de la escuela Normal, conoce el calvario que sufren los chicos. La mayoría de los que se suicidaron pasaron por ese colegio y otros tantos alumnos ya han realizado llamados de atención. Y lo expresan autolesionándose o bien confiesan que la idea ronda en sus cabezas.
“Los chicos piden ayuda y tenemos dos tutores que actúan muy bien, pero para 26 cursos; entonces la capacidad sobrepasa y no es suficiente”, explica la preceptora sobre las dificultades para contener a los estudiantes en riesgo. “Año a año aumentan notablemente los casos de intentos de suicido”, lamenta.
A su criterio, el consumo de sustancias, la realidad social y la familiar, con padres ausentes, fueron los factores comunes entre los chicos que se quitaron la vida y entre los que intentan hacerlo. “Están solos. Llamás a los papás porque sus hijos están descompuestos y no vienen a buscarlos. El no acompañamiento de los adultos hace que ellos vayan por el camino equivocado. Y encima no siempre sienten confianza para contarlo y pedir ayuda. A nosotros también se nos dificulta llegar a ellos, sobre todo cuando dejan la escuela”, reconoce Érica.
En el mismo tono habló María José, también docente de la institución y aportó otro dato: “Los chicos están con la necesidad de hacer campañas en la escuela para que esto no pase más porque saben que muchos de sus amigos sufren”. Este año algunos alumnos hicieron muchos llamados de atención en las redes sociales a través de posteos o historias, asegura la docente.
El reclamo generalizado que hacen los amigos de las víctimas y chicos que se provocan lesiones es que haya respeto y entendimiento con sus padres y sus pares, que el buen diálogo sin violencia ni física ni psicológica sea el modo de comunicarse. Algo tan simple de decir, pero tan difícil de desarrollar: un vínculo donde ninguno intente ganarle al otro sino encontrar puntos de consenso. No hacer todo lo que quiero, sino encontrar entre ellos y yo algo que nos satisfaga a todos.
Fuente: Minuto Uno / Rosalía Costantino / Infosastre.com.ar