Pasaron 100 años, 36.500 días más los de los años bisiestos y 876.000 horas desde que aquel 13 de agosto del año 1918. En Roldán, pegadito a Rosario, nacía María Luisa Jaurena.
Una dama exquisita, una amiga de todos, una trabajadora incansable. De esas que hicieron patria, de esas que regaron sus dias con trabajo, con respeto y con sacrificio.
El lunes, Doña María Luisa festejó su centenario y lo hizo en el Club de Leones, con torta con el número 100 y rodeada de amigos y de la Comisión del Hospital.
Claro, el nosocomio de El Trébol cumple 100 años pronto y María Luisa trabajó en sus instalaciones.
Ella está impecable, perfectamente peinada y arreglada. Luce mona y coqueta. Escucha a todos y su capacidad de comunicación es excelente. «Estoy muy bien. Rodeada de amigos. Muchos los conozco de ahora porque hace años que no trabajo en el Hospital. Soy mayor que el Hospital porque yo cumplo años en agosto y el hospital en octubre», dice en diálogo con éste medio.
En el SAMCo de la ciudad trabajó 5 años. Fue uno de los tantos lugares donde dejó su sello de una labor diaria, sin pedir nunca un aumento, sin faltar, sin protestar, sin hacer paros, sin titubear.
Recuerda: «Hacía de todo. Era el comodín. Cocía sábanas, reemplazaba a las cocineras. Me encantaba trabajar. En esa época estaba el Dr. Illar, el Dr. Llobet, el Dr Basso y el Dr. Chiavassa entre otros. Había una farmacia y un bioquímico. En ese entonces el edificio era chiquito. Era sólo para gente pobre. Los internados no pagaban nada como corresponde. La provincia brindaba todo para atenderlos como corresponde. Yo estaba en todos lados. El Gobierno nos daba las telas y yo estaba en una pieza y cocí todas las sábanas y las fundas. Un día la cocinera se enfermó y estuve 6 meses reemplazándola. Me pagaba la cooperadora. Tengo recuerdos hermosos. Lo extraño».
Sus padres eran María Luisa Larrapile y Lorenzo Jaurena. Tuvo 13 hermanos, que ya no viven. María Luisa fue la cuarta de una familia muy numerosa. Nació en Roldán y enseguida se fue a vivir al campo, del que no salió por mucho tiempo. Eran otras épocas. No había medios de locomoción casi. Tampoco teléfonos, televisión, celulares y mucho menos redes sociales. «Vivíamos en el campo y el primer pueblo que conocí fue El Trébol. En cada manzana había una sola casa y la plaza era un montón de árboles. No teníamos heladeras ni nada eléctrico, sólo el bombeador».
Llegó a ésta ciudad en el año 1949 casada con Tomas Doragaray. Tuvo dos hijos Tomás – ya fallecido – y Juan Carlos que vive en Buenos Aires. Tiene nietos y bisnietos.
La vida la vio enterrar a sus padres y hermanos. A su marido y a un hijo. Al recordar a Tomás se emociona por única vez en la entrevista. Por un segundo le tiembla la voz, pero rápido salimos del momento. «Extraño trabajar. Lo hice hasta los 93 años y seis meses en lo de Marcelo Celotti», dice.
Vive sola, se levanta cuando sale el sol «para ahorrar en luz», dice. Desayuna sólo su mate cocido. Luego lava y plancha, almuerza y una pequeña siesta. Por la tarde sigue con sus quehaceres y cena. «Me hago sopa porque me encanta. Me la hago yo. Pero como de todo. Antes tomaba un vinito pero ahora tomo agua pura».
A los 100 años, su cuerpo parece que tuviera 20 menos. Su mente es la de una persona de 40 años. Es brillante, lúcida, rápida y muy locuaz. Le canta a la vida con cada movimiento, con cada gesto.
María Luisa honra cada día. No se queja, vive. «Ya no puedo leer por la vista y antes tejía y miraba televisión. Pero ahora me hace doler la cabeza. Igual no me voy a dormir temprano, escucho la radio porque me gusta el folklore», dice y se ríe.
Vivió un tiempo en Funes y volvió un día a El Trébol. «Nunca pensé en hacer el trabajo que me gusta sino en trabajar. Hago lo que me piden. Nunca tuve preferencias ni nunca pedí aumento».
Cuenta de su vida laboral que también hizo labores en la Clínica San Rafael.
Apagamos el grabador y las cámaras. Sus amigos aplauden y la abrazan. Se prenden las velitas y las sopla con energía. Pide un deseo, o dos. Se le iluminan los ojos. Yo también lo pido: «Dejar de quejarme y vivir la vida como María Luisa».
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Por Francisco Díaz de Azevedo