“Después de casi diez años de renegar con esta enfermedad que es la obesidad mórbida decidí contar lo que me pasa porque quiero vivir”, afirma. Es que claro está, la vida para un obeso no es fácil y menos lo es en el interior provincial donde cuestiones tan simples como ir al dentista o esperar en un banco se convierten en una complicación porque por ejemplo, no hay sillones o sillas que soporten su humanidad sin romperse.
“En el Samco San Jorge no puedo atenderme porque las camillas se rompen, no puedo hacerme ni un electrocardiograma de control”, admite. Y si bien reconoce que en el hospital José María Cullen de Santa Fe fue atendido siempre con la mejor de las predisposiciones, aclara que el tipo de internación que requiere no esta allí disponible. “Estaba con gente que se quería matar, que gritaba de noche, atada; me deprimía más que encerrado en casa”, resume.
Es que la patología de Cristian no tiene nada en común con una esquizofrenia, una psicosis en cualquiera de sus variantes o una adicción a la pasta base. Porta una condición genética que lo predispone a subir de peso, pelea contra algo que no debe dejar por completo porque se trata de comida y no tiene una pérdida de contacto con la realidad como las condiciones psiquiatricas que se enumeran. “Siempre fui gordito, mi vicio está donde sea, porque es comida. No se deja, se controla”.
Bajar 150 kilos
La meta de Cristian es bajar 150 kilos para luego someterse a una operación que achicará su estómago y lo ayudara a mantener el peso además de otra destinada a retirar los denominados colgajos, partes de piel que quedan sobrando a medida que el cuerpo pierde tejido adiposo.
Una internación específica para su patología la brindan por ejemplo los centros Cormillot, pero cuestan unos 800 mil pesos. Pese al presupuesto que espanta, Cristian armó una rifa y vende números, piensa en armar un festival a beneficio y apela a la solidaridad.
“Tengo que bajar 150 kilos primero para luego operarme”, explica. Cristian llevó una vida normal hasta los 32 años, siempre trabajó y se describe habilidoso para muchos oficios. Pero hace ocho años, perdió a su hija y la depresión le torció el brazo. “Me cargué más de 200 kilos arriba desde los 32 a los 40 años”, dispara. La carga de no poder salvarla, la culpa tramitada de manera inconciente a través de la comida.
“Me deprimí, perdí el laburo y dejé de moverme, soy maquinista especializado en maquinaria pesada como grúas, palas y trabajé en la municipalidad y con particulares, se de mecánica, me defiendo en muchos trabajos pero estoy ahora inutilizado”, relata y subraya que quiere una solución pero que a veces “golpear tantas puertas, ver gente que se lava las manos, cansa”.
“No pido un lujo, la gente a veces juzga o habla sin saber y por ejemplo me mandan a caminar pero con este peso si camino me reviento los tobillos y rodillas, necesito nadar ya que es lo que se recomienda en estos casos”.
Solidaridad
La solidaridad de los vecinos de San Jorge y la zona lo reconfortan, cuenta además que la concejal Ana Bonino se acercó a escucharlo. Pero advierte que el tiempo le juega en contra. “El corazón, las arterias, se van resintiendo, no quiero morirme, la obesidad mórbida no es que tenés cuatro o cinco kilos de más; hay que vivirlo para saber lo que uno pasa”.
Cristian ya no fuma ni bebe alcohol, asegura que puede bajar los kilos que lo separan de operarse porque “necesito volver a ser quien era. Esto es una enfermedad, me falta una ayudita, si pude no prender más un cigarrillo, en 4 meses a esto le gano también”, cierra esperanzado.
Fuente: El Litoral