Por Francisco Díaz de Azevedo
Cecilia Kek siempre está volviendo a la ciudad. La esposa y viuda del Cabo Primero Daniel Romero, héroe de Malvinas, caído en el hundimiento del Buque ARA General Belgrano, siempre tiene un momento en su agenda para llegar a El Trébol, abrazarse con los Romero, recorrer las calles como cuando era novia de Daniel y pisar la plazoleta que linda con el centro cívico de la ciudad.
“El Trébol es un lugar muy querido y cada vez que vengo me cuesta menos venir. Las primeras veces me venía dolía mucho”, señala.
Pasaron 35 años del hundimiento del Manuel Belgrano en aguas gélifdas del Atlántico Sur y el dolor a veces parece tan fresco. “Me quedan los buenos recuerdos y el dolor de tanto en tanto, sobre todo cuando llega la fecha. Alla donde vivo – Punta Alta – estamos todos muy juntos y compartimos el dolor. Estamos cerca de la Base Naval por lo que de alguna manera todo es más habitual”.
Daniel zarpó de la base el 16 de abril de ese 1982. Cecilia ya no volvió a saber de él, ni a mirarlo a los ojos, no a tomarle las manos, ni a besarle los labios. Se fue al mar, se fue a la guerra que nadie quiso y todos aplaudieron. “Ese día no lo acompañé porque todos los días iban a salir pero como estaba en reparación el buque no partían. Y ese día partió”, dice con los ojos húmedos. Los recuerdos parecen intactos, la memoria de Kek es prodigiosa, tanto como el amor. Recuerda cada detalle, cada fecha, cada instante.
El buque zarpó desde Ushuaia el 24 de abril rumbo a Malvinas. Fue torpedeado fuera de la zona de exclusión por el Submarino británico Conqueror. Dos impactos mortales hirieron de muerte al acorazado, que sólo encontró un lecho de descanso en el fondo del mar argentino, tan argentino como el dolor que aún fluye por las venas de las familias de 649 muertos y otros 420 suicidios producto de la guerra.
Ese día
“Estaba en la casa de una amiga el día que lo hundieron. Otra chica escuchó por Radio Colonia que lo habían torpedeado al buque y nos dijo que escuchó que estaba volviendo a Puerto. Pero en realidad lo habían hundido. A la noche me enteré”, dice con el gesto adusto.
Ese día, Margaret Thatcher se reunía con su gabinete de guerra en la residencia campestre de Chequers, cercana a Londres. Fue durante esa reunión que dio la orden al comandante del Conqueror de hundir el crucero. Los dos torpedos de los tres lanzados que recibió el crucero determinaron su hundimiento.
Daniel estaba durmiendo cuando torpedearon al buque. Lo habían invitado a jugar al ajedrez pero se reusó. Dijo que estaba cansado y se fue a los dormitorios.
La despedida celestial
En una entrevista del año 2016 a este medio, Cecilia confesó un secreto muy íntimo. Una noche que Daniel estaba en el mar, a bordo del Crucero Belgrano, Cecilia vivió lo que nunca jamás olvidará: “Supe que no volvería una noche en que lo vi parado en la puerta. Estaba con la ropa que lo vi el día que se fue. Era una presencia muy real y desapareció de a poco. Su mirada nunca la voy a olvidar. Era de mucha tristeza. Mi duelo lo cerré en mi viaje a Malvinas en octubre del 2009. Cuando vi su nombre en una placa de mármol supe que allí debía dejarlo.
Cecilia cuenta ya sin miedos: “Fue tan real!!! El estaba allí. Yo lo hablé con un Cura Párroco y me dijo que vino a despedirse y decirme que no volvía. Siempre hablábamos de la posibilidad.
Cecilia por fin se anima a contar lo que quizás nunca compartió. Si hay algo de espiritual en esta vida, lo vivió ella. Algo que fue real, intenso, efímero, terrenal y celestial al mismo tiempo.
Hoy Cecilia vive de la pensión de un héroe que dio su vida por la Patria. Daniel siempre le decía a Cecilia: “Te prometo que voy a volver, y si pasara algo y no fuera así, te prometo que vivirás bien”.
“La primera de ellas fue la única promesa que Daniel no me cumplió”, señala Cecilia con una lágrima. “No tener tumba es tristísimo. Somos muchas. Pocos cadáveres volvieron a tierra. No tengo un lugar donde llevarle una flor. Antes me ponía a pensar y era como alguien que entró en mi vida y luego se esfumó en el aire”.
El fin del duelo
Hubo un punto de inflexión en el duelo de Cecilia. Ella vivió sin poder sentir la presencia de la despedida, el adiós o la flor en una tumba durante 27 largos años. “En el 2009 superé el duelo cuando fui a Malvinas. Visitamos el cementerio de Darwin y ahí ví su placa en un mármol junto a los otros 322 muertos y me di cuenta que tenía un lugar donde llorarlo. Frente a la cruz mayor de Malvinas hay una cripta de vidrio. Allí dejé un Rosario que me regaló y una foto de el con la alianza”.
Los Romero y El Trébol
Cecilia viene una vez al año a El Trébol. Desde el sur de Buenos Aires recorre 980 kilómetros para estar con la familia de Daniel. “Cada vez que llego hablamos del tema y recordamos a Daniel y después listo. Nos disfrutamos en almuerzos y cenas, en momentos, en charlas, en caminar juntos”.
El Trébol le trae recuerdos a Cecilia. Ella al conocer a Daniel vivía en Buenos Aires y cada verano llegaba la cita para ir a la pileta del club, para caminar por la ciudad que era un pueblo en ese entonces y para vivir esa juventud como un divino tesoro. “Tengo muchos recuerdos. Ir a la pileta de Trebolense, caminar por el Boulevard hasta el club cada verano. Era todo muy lindo. Verlo a Daniel tirarse con “Cape” – Eligio Capellino – del trampolín. Eran días hermosos”.
Cecilia hoy
“Yo cerré el duelo pero el dolor está. Hoy empecé a viajar, pero a cada lugar que voy pienso: “Cómo hubiera sido con él?”, dice y se ríe melancólicamente. Suelta: “Daniel era un hombre grande con alma de niño”.
La charla es en la mismísima plazoleta que hace de memorial en pleno centro de la ciudad. “Cuando se hizo la Plazoleta yo estaba en un mal momento, con curas de sueño, medicada y con profesionales a mi alrededor. Hoy este lugar me gusta mucho”, dice y con sus ojos color mar recorre la pintura del buque, que naufragó en el sur argentino ese 2 de mayo.
Ese día muchas almas callaron para siempre. Ese día muchos hombres murieron entre lamentos y gritos lastimeros. Ese día, la vida dio un golpe letal, del que muchas veces no se sale.
Pero un día, hace ya varios años, Cecilia decidió que Daniel debía ser más que un lecho de dolor, que un río de lágrimas y un mar de sangre. Un día caminó por el suelo rocoso de las siempre argentinas Islas Malvinas, se arrodilló ante una cruz grande y blanca, dejó su alianza, su foto y un rosario, miró al cielo, que era celeste y blanco, y transformó al Cabo Primero Daniel Romero en inmortal.