En el primer tiempo, armó las jugadas para los gritos de Neymar y Suárez. En el segundo, el árbitro le cobró un penal inexistente para el descuento del Aleti pero sobre el final pudo festejar su gol y sentenciar el partido.

Messi otra vez fue figura y decoró un triunfo clave para el Barcelona – Así, el equipo de Luis Enrique derrotó 3-1 al de Simeone y consiguió tranquilidad. Parecía ser el peor escenario para el Barcelona. Venía en plena crisis, con dirigentes cuestionados, el entrenador en la cuerda floja, los jugadores inestables y un rival incomodísimo, que llegaba en alza por el triunfo ante el Real Madrid. Pero apareció el viejo Barcelona.

Con Messi suelto en tres cuartos, manejando los hilos y metiendo arranques en diagonal para quedar de frente al área y decidir a quién dejar de cara al gol, el tren delantero del equipo de Luis Enrique lució más fuerte que nunca. Porque Neymar está dulce y se ubica en el lugar justo en los momentos indicados. Y Suárez se gestiona sus propias chances: mete, pelea, busca, gana espacios y ahora también logra concretar.

El equipo de Simeone intentó jugar sus cartas pero se topó con un equipo que el primer tiempo fue una máquina.

Hasta que en el segundo tiempo el árbitro le dio una mano. Sí, la mano que no vio de Messi en el arranque de la jugada que terminó en el 2-0 del Barsa, el juez la compensó con un penal inexistente que le cobró al propio argentino. Mario Mandzukic lo cambió por gol con un derechazo potente al medio, descontó y puso emoción a un partido que comenzó a calentarse.

En ese contexto, el Barcelona no pudo mantener el ritmo y el trámite se equilibró. Los jugadores locales se enojaban con el árbitro ante cada jugada dividida y, si bien el equipo del Cholo jugó un partido muy flojo, cualquier chance de pelota detenida podía cambiar el resultado.

Hasta que otra vez apareció Messi. Entró al área tirando una pared Rakitic, recibió en el corazón del área, lo trabaron, se cayó, y en una milésima de segundo se levantó y la mandó a guardar: 3-1. Partido liquidado. Fantasmas despejados en medio de la crisis. Y Messi figura. Con un repertorio completo. Con asistencias y grito propio. Con autoridad para ponerse el equipo y el contexto al hombro. Con el estadio gritando su apellido y rendido a sus pies. No es para menos.