Adiós a una leyenda del peronismo y figura clave de la democracia – Católico ferviente, amante de la música y fanático de Boca, fue gobernador y senador. Falleció ayer, a los 92 años. Por las complicaciones de una neumonía murió ayer Antonio Cafiero, protagonista y testigo de más de siete décadas de vida política argentina en la que vio mezclarse la esperanza y la violencia, la victoria y las derrotas desde un partido, el peronista, al que adhirió con el fervor inicial de los muchachos veinteañeros de su época, deslumbrados, y también iluminados, por el ascenso y las propuestas de aquel coronel Perón que, en 1945, cambió la Argentina para siempre.
Tenía 92 años, que cumplió el pasado 12 de septiembre, vividos con pasión, con humor, con coraje, con resignación cuando la suerte le fue adversa, con estoicismo cuando su partido lo sometió a sus caprichos, pruebas y traiciones. En su monumental libro de memorias, «Militancia sin tiempo», Cafiero recogió sus experiencias en el PJ en una frase que le atribuyó a Eduardo Duhalde: «El peronismo tiene un día de la Lealtad y trescientos sesenta y cuatro días de traiciones».
Padeció la cárcel, la persecución, el ostracismo, participó de la todavía indocumentada «resistencia» peronista de finales de los ’50 y principios de los ’60; pudo ser el delegado de Perón en los años 70, él y no Héctor Cámpora; pudo ser también el candidato a presidente del PJ en 1989 en lugar de Carlos Menem.
El interrogante que deja su adiós es cuál hubiese sido el destino del PJ y del país si la suerte política de Cafiero no hubiese sido la que fue. Con su muerte desaparece también el último de los peronistas que dialogó mano a mano con el ya mítico General y con la no menos mítica Eva Perón, que fue quien le dio el espaldarazo a su carrera política.
De una manera muy especial, Antonio, como lo nombraba sus gente más cercana con cálida reverencia despojada de pompa, encarnó el enorme fenómeno de movilidad social que desató el peronismo en aquel país de posguerra que no acertaba a descubrir cuánto había cambiado el mundo: era hijo de un frutero del Abasto, Giuseppe o «Peppino», y de una profesora de piano, violín, teoría y solfeo, que le inculcó el amor a la ópera, a las alegrías melancólicas de Mozart y a la religiosidad de Bach.
En una edad del país en la que amores y odios se dividían en una estéril lucha entre las alpargatas y los libros, como si se tratara de dos entidades excluyentes, Cafiero, doctor en Ciencias Económicas desde 1944, acercó los libros al otro bando como dirigente estudiantil que fue testigo, en la Plaza de Mayo, boquiabierto y estremecido, del 17 de octubre fundacional del peronismo: los libros de Antonio estaban unidos a su pasión por el tango, la música clásica y popular, Gardel y Verdi, y por Boca Juniors, al que identificaba con los colores amarillo y oro del escudo heráldico de su familia, nacida en la Italia del sur, medieval y rica, culta y madre del «risorgimento».
Católico ferviente, armó una familia sólida y numerosa con Ana Goitía, que fue el amor de su vida y acaso su mejor consejera política, con quien tuvo diez hijos, tres de ellos –Mario, Juan Pablo y Ana Luisa– dedicados a la política, y una nube de nietos y bisnietos, algunos de los cuales ya saltaron a la cancha política.
En los últimos treinta años, con la recuperación de la democracia, Cafiero, que ya había transitado todos los peronismos posibles, se echó a los hombros la tarea de renovar al partido derrotado en 1983 por la UCR de Raúl Alfonsín. Su intento de hacer del PJ un partido más popular, más democrático y más republicano se frustró con el aluvión del menemismo, que terminaría por arriar una a una las orgullosas banderas partidarias de 1945. Fueron estos años los de su mayor contribución a la vida democrática del país.
Compartió con Alfonsín el balcón de la Casa Rosada en el primer levantamiento carapintada de abril de 1987 y, ya al final de su carrera, denunció el escándalo de la «compra» de los votos a un grupo de senadores a favor de una ley de reforma sindical.
Cafiero fue el ministro más joven de Perón, que le aconsejaba «Usted no muestre la libreta a nadie». Antes de 1945 había sido dirigente de la Acción Católica, a la que se unió a los 16 años, un dirigente universitario y, ya bajo el gobierno peronista, consejero financiero de la embajada argentina en Washington. En 1952, Perón lo hizo ministro de Comercio Exterior.
Había conocido al General en 1946, interesado en fundar un movimiento estudiantil peronista, proyecto que al General le interesaba poco pero al que su mujer, Eva, dio luz verde después de una exposición de Cafiero, tembloroso, en la Secretaría de Trabajo y Previsión y luego de que Evita lo bendijera con una palabra simple de connotaciones profundas: compañero.
Cafiero organizó el primer Congreso Estudiantil Latinoamericano en Bogotá, en abril de 1948, justo el día del asesinato del líder colombiano Jorge Eliécer Gaitán y del estallido del «Bogotazo», una gigantesca rebelión popular en reacción al crimen. Cafiero gustaba contar que había ayudado a llegar al aeropuerto a un joven cubano al que había visto incitar a la rebelión fusil en mano: Fidel Castro.
Derrocado Perón en 1955, Cafiero pasó un año preso y recién en 1962 militó oficialmente en el peronismo. Fue secretario político del Consejo Superior y Coordinador del Movimiento Nacional Justicialista, y en 1971 director del Consejo Provincial del PJ. Parecía que Perón lo ungiría como su delegado personal frente a la dictadura del general Alejandro Lanusse. Pero una entrevista con ese dictador, un error estratégico fatal, le valió la condena del líder. Años más tarde, Cafiero le confesaría a un periodista de este diario: «Fue por no hacerle caso a Anita, que me aconsejó que no fuera …» El delegado de Perón, candidato y luego presidente fue Héctor Cámpora.
Los fervores peronistas del 73, con el retorno de Perón al país, encontraron a Cafiero archivado en la dirección de la Caja Nacional de Ahorro y Seguro. Tras la muerte de Perón, la vieja guardia lo rescató para nombrarlo Secretario de comercio en 1974, interventor federal en Mendoza entre agosto de ese año y mayo de 1975 y ministro de Economía en 1975, para hacerse cargo de aquel barco que había dejado escorado y a la deriva Celestino Rodrigo, el Rodrigazo y el primer gran golpe económico al bolsillo de los argentinos.
En 1976 fue designado embajador ante la Santa Sede, cargo que hoy ocupa su hijo Juan Pablo, pero casi no llegó a presentar sus cartas credenciales al Papa Pablo VI por el golpe militar del 24 de marzo. Volvió al país sabiendo lo que le esperaba, y fue encerrado en el buque «Treinta y Tres Orientales».
En 1982, con la mente puesta en la modernización del PJ, Cafiero fundó el MUSO (Movimiento de Unión, Solidaridad y Organización) que perdió la interna en la provincia de Buenos Aires frente a Herminio Iglesias. Derrotado el peronismo en las presidenciales de octubre de ese año por la fórmula Alfonsín-Martínez, Cafiero creó la Renovación Peronista, de la que emergió como figura principal junto a Carlos Grosso y Carlos Menem. En 1985 fue electo diputado y el 6 de septiembre de 1987 ganó las elecciones para gobernar la provincia de Buenos Aires: derrotó a Juan Manuel Casella en lo que se conoció como el «Cafierazo», un triunfo que lo encontró casi al lado de su padre agonizante.
Como presidente del Consejo Superior del justicialismo, Cafiero intentó democratizar el partido: pese a tener de su lado a la mayoría de los electores nacionales, se avino a la elección interna con Menem: por primera vez en su historia, los candidatos a presidente y vice del PJ fueron elegidos por el voto directo de los afiliados. Cafiero eludió armar la fórmula interna con una amalgama que siempre dio buenos resultados al PJ, la unión de la rama política con la sindical, y eligió como compañero de fórmula a José Manuel de la Sota en lugar del candidato que le había acercado la UOM, José María Vernet. Menem se alzó con la candidatura y, luego, con la presidencia.
En agosto de 1990, su intento de reformar la Constitución de la provincia de Buenos Aires –incluyendo la reelección– fue derrotado por un plebiscito. En 1991 fue embajador en Chile hasta asumir, en 1993, como senador. En la crisis que dio por tierra con el gobierno de De la Rúa y generó cuatro presidentes en pocos días, Cafiero fue Jefe de Gabinete del gobierno de dos días de Eduardo Camaño, cargo que gustaba recordar años después con su humor a prueba de balas: «Ojo que estás hablando con un ex jefe de Gabinete».
A su modo, Cafiero cierra su largo camino por la turbulenta política argentina y por el peronismo al que le dedicó su vida, con aquel fragmento bíblico del apóstol Pablo que le gustaba repetir y que también sintetiza su vida: He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he mantenido la fe.