El Señor de los cuatro anillos – Su alegría era incontenible por la satisfacción del objetivo cumplido y de saberse vigente más allá del paso del tiempo. Doce años después de su debut en la NBA, con la bandera argentina sobre su espalda, Ginóbili sigue en lo más alto del básquetbol mundial. Pura fiesta fue anoche San Antonio. Hubo felicidad y lágrimas en el AT&T Center. Miles de personas con los brazos en alto, inundando el aire con una lluvia de aplausos, mientras sobre el parqué, ellos celebraban otro título, otro campeonato, otro logro. Ellos, los Spurs de Gregg Popovich, que volvieron a dar cátedra de básquetbol dentro de la cancha, aplastaron 104-87 a Miami y consiguieron el cuarto anillo en los últimos doce años. Y allí, perdido en medio de una multitud de fanáticos y jugadores, Emanuel Ginóbili se abrazaba con su esposa Marianela con una sonrisa tan grande que apenas le entraba en el rostro. Es que el bahiense fue una vez más clave para el equipo y logró lo que muchos sueñan pero muy pocos consiguen: volver a gritar campeón en la liga más importante del mundo.
«Esto se siente increíble. Jugamos en un altísimo nivel toda la serie, todos contribuimos y eso hace que este triunfo se disfrute muchísimo más. No íbamos a dejar que se escapara esta oportunidad», afirmó desde el podio.
Su alegría era incontenible por la satisfacción del objetivo cumplido y de saberse vigente más allá del paso del tiempo. Doce años después de su debut en la NBA, con la bandera argentina sobre su espalda, Ginóbili sigue en lo más alto del básquetbol mundial.
Se abrirá nuevamente el debate sobre si es el deportista argentino más trascendente de la historia, pero ahora no es tiempo de comparaciones sino de disfrutar haber sido contemporáneos de semejante atleta. Por su personalidad, sus resultados deportivos y su liderazgo sobre sus compañeros. Porque Manu será por siempre uno de «Los Tres Grandes» de San Antonio Spurs, uno de los mejores equipos que tuvo la NBA.
Todo era jolgorio en el estadio, después de un primer cuarto que había sido raro. Muy raro. Es que por nervios o por ansiedad, le costó el comienzo a San Antonio.
El local no podía desplegar ese juego vistoso de equipo y sucumbió ante la fuerza de un rival arrollador, que se adelantó 8-0 en dos minutos y luego llegó a estar 22-6 arriba. Pero sólo eso duró el «huracán Miami», que se fue apagando con el correr de los minutos.
Y los Spurs no perdonaron.
Ante la ausencia de Tony Parker, que tuvo una noche complicada y recién apareció en el último cuarto, Ginóbili se cargó el equipo al hombro. Incansable, intratable, Manu – segundo goleador de San Antonio con 19 puntos (3-5 dobles, 3-6 triples y 4-5 libres)- jugó e hizo jugar. Aportó lo suyo en defensa, colaboró en la generación del juego y les robó faltas a los rivales.
Hizo delirar al público cuando en el segundo cuarto penetró esquivando rivales y clavó una volcada que hizo rememorar al Manu versión 2005, ese que se había merecido el premio de Jugador Más Valioso en la final ante Detroit.
Pero no estuvo solo Ginóbili dentro de la cancha. Su gran socio fue Kawhi Leonard, máximo anotador de los Spurs con 22 puntos. El alero, de sólo 22 años, se llevó el premio de Jugador Más Valioso y se transformó en el más joven en recibirlo desde 1999, cuando lo ganó un joven Tim Duncan.
En la cancha, el equipo jugaba cada vez mejor y a lo que hacían Ginóbili y Leonard se sumaba lo que aportaban Duncan y Mills, Green y Parker. Miami había perdido la línea y dependía de LeBron James (31 puntos).
Terminó brillando San Antonio.
Terminó goleando y dominando a un rival abatido. Fue ovacionado hasta el cansancio por su público, que siguió aplaudiendo mientras en el podio los jugadores besaban el trofeo, cada uno envuelto en sus colores. Marco Belinelli, envuelto en la bandera italiana. Tiago Splitter, cubierto con la brasileña. Y abrazado a la celeste y blanca, él, Emanuel Ginóbili, celebrando su cuarto anillo con una sonrisa gigante y el orgullo del objetivo cumplido reflejado en el rostro.