Civiles armados se enfrentan a narcos y militares en México – Se alzaron en armas en febrero para defenderse de un cartel local y en protesta contra la inacción estatal. El conflicto ya lleva 990 muertos. Ayer hubo nuevos choques. Nadie vive tranquilo en Michoacán. Desde hace un mes, transitar por las rutas de esta bella región boscosa, cruzada por las montañas, se ha transformado en una operación de riesgo. Retenes militares, emboscadas de milicianos alzados en armas, atracos de grupos de narcotraficantes: los muertos se cuentan por decenas. Desde febrero, en esta emblemática zona azteca –cuna en 1810 de su movimiento independentista– hubo 990 homicidios, la cifra más alta desde 1998. Ayer, en un nuevo choque entre los tres grupos, otras cuatro víctimas se agregaron a la lista sangrienta.
Viajar de Morelia –la capital estatal– a Apatzingán, la segunda ciudad, es atravesar un campo de batalla: autobuses quemados, coches abandonados, casas humeantes. El escenario es un reflejo de la batalla que libran desde febrero último grupos de civiles armados contra el cartel de Los Caballeros Templarios que domina el Estado. A ellos se sumaron últimamente los militares enviados por el presidente Enrique Peña Nieto. Se trata del conflicto interno más grave en los últimos 20 años, tras la salida militar al conflicto ensayada por el presidente Felipe Calderón que acabó con un saldo oficial de 70.000 muertos entre 2006 y 2012.
Los civiles –autodenominados Grupos de Autodefensa– son liderados por el médico José Mireles y se rebelan contra la violencia y los abusos de Los Templarios, un grupo narco cuyos sicarios cometen extorsiones, violaciones y asesinatos. Los milicianos, que se identifican como campesinos y hacendados, se quejan de la falta de protección estatal. Es esta la primera vez en la historia del combate local al narcotráfico que un grupo civil se arma para su autodefensa.
La economía de Apatzingán está destruida. Hasta la Coca Cola suspendió su distribución por temor a los narcos. Según sondeos, el 58% de la población estatal aprueba el movimiento. El sur mexicano concentra además las regiones más pobres del país –los Estados de Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Michoacán–que han sido siempre foco de protestas guerrilleras.
Desde su aparición, las autodefensas controlan 11 alcaldías. El gobierno admite que tienen presencia en 40 de los 113 municipios del Estado. Grupos de derechos humanos desconfían del programa de acción de los milicianos y sospechan que, a la larga, acabarán convirtiéndose en grupos paramilitares de ultraderecha con agenda propia y una amenaza incluso para el resto de la población.
«A mí me entregaron mi hermana violada y destrozada a machetazos. Me la mataron porque no reuní el dinero suficiente para pagarles la extorsión. Pero ya nos cansamos», dijo la semana pasada José Evaristo, uno de los civiles armados, a la TV nacional.
Sorprende el enorme poder de fuego de las milicias que cuentan con armas automáticas, bazookas y rifles de gran precisión. La prensa dice que esto levanta sospechas de que puedan estar siendo armadas por carteles rivales de los Templarios. Pero nada es seguro.
La semana pasada, el presidente Peña Nieto envió 1.000 soldados más que se suman al millar ya desplegado. Buscan desarmar a las milicias y recuperar el poder policial para el Estado. Pero los milicianos rechazan entregar su armamento. En uno de esos choques se produjeron violentos enfrentamientos como el de los cuatro muertos de ayer. «Cuando se entreguen los líderes narcos, nosotros entregamos las armas. Antes no. El gobierno debe cumplir su obligación de darnos seguridad», declaró a la prensa Estanislao Beltrán, vocero de los milicianos.
El control civil amenaza con llegar a Morelia, a tres horas del Distrito Federal. La prensa nacional habla de unos 15.000 hombres en armas y el vocero Beltrán avanza una idea de sus planes: «El pueblo no confía en el gobierno. Aquí nos vamos a morir toditos».
Fuente: Clarin.com