River, puntero; Independiente, casi condenado – Ayer, no tuvo reacción a partir del momento en que su rival quebró el cero. El descuento de Montenegro apenas maquilló el resultado. Juega con el campeonato en la cabeza, pero son pocos sus momentos de claridad.
River gana porque golpea en el instante exacto, cuando Juan Manuel Iturbe despega con las turbinas de sus talones y pisa el área. En el primer tiempo, después de ese pinball que se genera en el momento que la pelota rebota en Funes Mori y en Lanzini antes de quedarle en bandeja de plata al pibe nacido en Barracas, pero criado en Asunción. En el segundo, cuando el denominado Messi paraguayo desborda, hace una pausa y deja a Manu de cara al gol. Es una fiesta el Monumental.
Juega con el descenso en los pies, pero deja todo Independiente.
Montenegro es el capitán de este Titanic rojo y aunque desde lejos ve el iceberg, no claudica. Asume el rol de conductor, marca un golazo que parece el último latido en Primera. Sin embargo, no alcanza.
Ni su vergüenza ni su notable pie derecho. Tampoco, el corazón de medio equipo nacido en Avellaneda, ahí mismo donde crecieron entre vitrinas cargadas de copas hoy polvorientas. Y el futuro se ve negro como el paladar que alguna vez tuvieron esos mismos hinchas que en Núñez derraman lágrimas.
River es puntero e Independiente está casi condenado al final de la tarde.
Pero las diferencias entre uno y otro son mínimas a la hora del análisis, aunque sustanciales. Porque el líder fue todo lo picante que no resultó su atribulado rival en los metros finales. Y sin contundencia, la posesión pierde valor. Independiente tuvo durante varios lapsos la pelota, pero fue poco profundo. Y en el primer resbalón, cayó tan fuerte que se le hizo difícil levantarse. ¿Cuánto habría cambiado el partido si Fredes acertaba ese cabezazo que le entregó a las manos a Barovero?
¡Estaba solo el volante!
Dos minutos más tarde, Velázquez sacó un lateral que terminó en los pies de Vangioni y el final de la jugada, en un grito atronador de las tribunas locales.
Intentaron los chicos comandados por Montenegro. Trejo por izquierda, Miranda suelto, Fernández movedizo. Pero empezó a ser muy pesada la carga en las espaldas rojas y no apareció Vargas para entregar el primer pase. Incluso, a pesar del terreno que cedía River en un mediocampo descompensado porque Rojas y Ponzio no estaban claros, Ledesma presionaba muy adelante y se exponía la defensa. Un remate a colocar de Miranda volvió a encontrar bien ubicado a Barovero. Y en la jugada siguiente, como si se tratara de una fotocopia del primer gol, Funes Mori quedó cara a cara con Rodríguez. No obstante, el arquero fue más lúcido que el mendocino y tapó dos veces. River era peligroso por Iturbe, fundamentalmente, y por Vangioni, punzante.
Brindisi buscó esperanza en el banco, pero apostó a Leguizamón, que no jugaba hace dos meses, desde la apretada de la barra brava, en el arranque del segundo tiempo. Y cuando ya se había consumido un cuarto de hora, mandó a la cancha al pibe Pizzini y al Malevo Ferreyra. Pero Ramón fue más astuto. Tomó nota del flojo nivel de Ponzio y revitalizó el medio con Kranevitter. Y el chiquilín asistió a Iturbe en la jugada del segundo gol, el que marcó Lanzini, cuando muy poco había producido River, más allá del dominio de la pelota, a través del Lobo Ledesma, cada vez más afinado, y Manu , más activo.
Pero no lo liquidaba River. Y mientras algunos violentos de Independiente buscaban suspender el partido con violencia y otros, los hinchas genuinos, doloridos, lloraban con amargura, Montenegro remataba un tiro libre que por pocos centímetros no se estacionó en el ángulo. Iturbe ya no estaba en la cancha y Mora, distraído, quedaba atrapado en el offside. Tuvo un mano a mano que desperdició junto a Funes Mori frente a Rodríguez.
Y el Rolfi sorprendió a todos con ese zapatazo postrero. Pareció revivir Independiente. Hubo un ratito de preocupación en River. Pero las puertas del título se abrieron de par en par en Núñez, más allá de los desniveles del equipo y de que Newell’s juega esta noche. Las de la B Nacional, también. Pero en la roja Avellaneda. Y el clásico quedó entre el cielo y el infierno.