Confirmado: Chávez no jurará mañana su cuarto mandato – Cuando jure lo hará ante la Corte, pero no hay fecha. Mientras, sigue gobernando. Crece el culto a la personalidad. Llegan de golpe a la madrugada. Se mueven en bloque y en silencio, como los bancos de peces en altamar. Con baldes, pinceles y largos trapos, unos jóvenes ocupan todo un largo muro y lo cubren con una capa de pintura negra. Un grupo dibuja en trazo fino el rostro del líder sobre una plancha de papel extendida en el suelo. Cuando la pintura seca, copian sobre la pared el dibujo recién hecho. Reina una agitación de naufragio. Rápidamente, uno tiene la hoja, otro la pinta y un tercero cuida los detalles. A veces se chocan entre sí como ratones mareados.
Al fin, el trabajo es excelente: «Chávez, líder hasta la eternidad», dice el graffiti. Desde el muro saluda la cara sonriente del presidente, que aparece así bajo el aura del insustituible, el que todo lo puede, el hombre que nunca suda.
La escena, en una de las avenidas que llevan del aeropuerto al centro de Caracas, se repite en otras zonas de la capital cuando el culto al presidente de Venezuela, internado desde hace un mes en Cuba, se ha convertido en el artificio que llena el vacío.
Pero parece haber algo más, un proceso en marcha con los primeros aprestos de construcción de un mito por el que el líder queda instalado más allá de la presencia física. Esto quedó puesto en evidencia ayer cuando, como muchos temían, el vice Nicolás Maduro anunció por carta -leída ante la Asamblea Nacional- que Chávez había pedido informar que, por prolongación de su tratamiento, no jurará mañana su nuevo mandato y que asumiría, en fecha a determinar, ante el Tribunal Supremo. Entre tanto seguirá a cargo del Poder Ejecutivo. La idea enfureció a la oposición y desató un encendido debate en el Congreso que tiene mayoría oficialista lo que garantizaba su aprobación.
Entretanto, la televisión oficial ayuda a la erección de la imagen del héroe eterno. Un nítido ejemplo de ello es un video que se llama «Yo soy Chávez». En él, el presidente levita entre niños que sonríen como ángeles. Besa las manos que se le tienden, saluda a una anciana, juega al béisbol y, al final, grita, enardecido: «Exijo lealtad absoluta porque yo no soy yo, no soy un individuo. ¡Yo soy un pueblo, carajo!». Chávez luce inmortal. Hasta en el subte caraqueño (con aire acondicionado, pulcro y bien pintado) que la Argentina debería envidiar, también se siente la presencia del mandatario a través de una voz que dice «Chávez, para ahora y para siempre».
Según los analistas, estas piezas responden a una campaña enderezada a preparar al pueblo para lo peor o bien para situar al mandatario en un limbo cuyo nombre sirva para justificar cualquier cosa que deba hacer un gobierno sin su presencia. «Lo pide Chávez y hay que cumplirlo», sería la idea. Consultado por Clarín , el historiador Guillermo Morón comentó: «La idea de la construcción del héroe es una constante en la historia local, pero ninguno perduró como tal, ni siquiera la media docena de dictadores que tuvimos».
Para el analista Antonio Pasquali, en cambio, «el chavismo calcula una rápida pérdida de poder tras una eventual desaparición de Chávez y se blinda con un salto a la irracionalidad donde el presidente seguiría siendo el tótem protector presente en cada acto».
Muchos funcionarios suelen declararse «hijos de Chávez» y compiten entre sí por quién se arrodilla más, o quién le rinde pleitesía de modo más grato a los finos oídos del comandante. El vice Maduro, bendecido como el sucesor, lo llama «líder, jefe y fundador». Diosdado Cabello, titular del Parlamento, es más sanguíneo y lo considera «nuestro padre, nuestro hermano».
Todos le prometen lealtad, todos han clonado el discurso del mandatario, pero la historia es pródiga en Brutos y Césares. A eso apunta el abogado y ex guerrillero Américo Martín: «Lo que ocurre es una lucha por el poder encubierta de lloriqueos y amor por el presidente». Y subraya que la orfandad del sucesor es algo inducido por las autocracias personalistas como su condición de posibilidad.
La deificación como garantía de la continuidad se ve incluso en ciertos negocios muy populares. En torno al Palacio de Miraflores, algunos locales venden decenas de chucherías ligadas al líder. Las llaman «boutiques Hugo Chávez». En una de ellas, sobre una mesa verde de patas cortas asoma una colección de estatuas del presidente. A su lado, en un caos que parece ordenado por las titubeantes manos de un ciego, se ofrecen tazas, toallas, lápices, pulseras, vinchas, llaveros, posters … y la lista sigue. Jorge Moreno, el colombiano dueño de un local, aclara que hace furor una chomba con la mirada de Chávez impresa en blanco y negro. «Muy penetrante», nos dice y señala un detalle decisivo: algunos objetos tienen las siglas del partido oficial.