El delicado sonido del trueno

En vivo y con glamour – Derecho de piso tocó en el Museo. Su show se llamó «Entre cuerdas» y formó parte de la primera noche del ciclo La Música es Arte. Por Francisco Díaz de Azevedo

Cuando sonaron los primeros acordes del clásico de Cielo Razzo «Que se yo» en la acústica de Esteban Albelo, la sensación de estar entre el ruido y el silencio, entre el barullo y la paz, entre la estridencia y la serenidad, se apoderó de mi.

En un marco acogedor, al que cualquier concierto «emtivesco» le envidiaría el buen gusto de la sala y sin exagerar, la banda, esa que desde hace una bocha de años se hace llamar «Derecho de Piso»,  sonó dulcemente demoledora.

Delicados colchones de teclados en las manos de Damián Rosso, se sumaron a las ya maduras guitarras de Esteban Albelo y Yamil Basso, el relojito suizo de ritmos de Pedro Gerbino y a los furiosos vientos de Nicolás Vasallo para consumar la primera vez del rock & roll en el Museo de la ciudad.

«Ama a quién llora» y «Entero o a pedazos» siguieron las texturas cuasi desenchufadas de un unplugged hasta que llegó el primer hit coreado por la gente: «Obsesión» de Miguel Mateos, que comenzó con intro de piano, amagó con ser acústica y terminó casi siendo un «grunge» al mejor estilo Seattle.

Un rato después, Guillermo Gerbino – que cada día canta mejor- se despachó una seguidilla de temas propios. Llegaron «Presagios», «Mi mundo», «Escapando» y el rockerísimo «Fernet, queso y rockanroll».

El momento para el tributo, llegó de la mano de Luis Alberto Spinetta. Justamente la banda, participó de un homenaje al «Flaco» en Carlos Pellegrini el mes pasado, y así volvieron a interpretar «Post crucificción», «Rezo por vos» y «Seguir viviendo sin tu amor», del disco «Pelusón of milk».

Para el final llegó una particular y agitada versión de «Un osito de peluche de Taiwán» de los Decadentes y «Cae Lenta» de los Punto G, banda rosarina desaparecida en los 90.

El hecho estaba consumado. El rock & roll ganó un espacio en la ciudad. Y fue justamente pateando el tablero de lo clásico y tradicional. El techo que tantas veces cobijó la historia, se abrió para la novedad, la transgresión y para ser testigos, de que muchas veces, el trueno tiene matices tan delicados como su sonido. Y es bueno estar abierto para vivirlo.