Toman el búnker de Kadafi, pero el dictador no aparece – Kadafi admitió que abandonó el lugar y proclamó: «Victoria o muerte». La ruta desde Túnez es una lengua de fuego que corta en dos un territorio yermo de piedras y arena quemado por un calor de 40 grados. Es la primera etapa del camino a Trípoli en el que sólo se ven coches con periodistas y alguna chatarra, autos y ómnibus destruidos, que quedaron de los combates que hubo en la zona hace dos meses, cuando la dictadura de Muammar Kadafi se sentía segura.
En el trayecto sólo hay dos puestos de seguridad rebelde, apenas custodiados. Esta ciudad libia, a 50 kilómetros de la frontera con Túnez y a dos horas de la capital libia, es territorio dominado claramente por los sublevados, que en estas horas se encaminaban desde todas partes del país hacia Trípoli, en una oleada que tiene para ellos el sabor de lo definitivo.
Es que ese fuego del sol que quemó ayer el camino de seis horas de este enviado desde la isla tunecina de Djerba, se combinó con el de las balas y cohetes con un ataque completo en la capital de Libia sobre el fuerte de Bab al-Aziziyah, el famoso búnker de fama intocable donde vivía el dictador. Pero por supuesto no estaba ahí.
Centenares de personas entraron detrás de los milicianos y saquearon el arsenal y todo el lugar.
Los rebeldes tiraron abajo las murallas de cemento del inmenso complejo, todo un símbolo del poder del dictador. Imágenes divulgadas por la cadena Al Jazeera mostraron a un joven rebelde encaramado a una escultura que representa un puño aplastando a un avión (símbolo de los ataques aéreos estadounidenses contra este recinto en 1986) para intentar destruirla. Sus compañeros pisoteaban una máscara de Kadafi y quemaban fotos. Varios cuerpos estaban esparcidos por el búnker, aparentemente de soldados leales a Kadafi y había además numerosos heridos.
Pero el tesoro más buscado no fue hallado. A pesar de que los rebeldes recorrieron cuarto por cuarto, ni Kadafi ni su familia aparecieron. Pero entrada la noche, la voz del dictador se escuchó por una radio local.
«Victoria o muerte» proclamó, y reconoció que había abandonado su búnker en una «movida estratégica», tras los bombardeos de la OTAN.
La percepción aquí, entre los propios rebeldes, es que todo va a terminar, pero muchos pegados por un súbito realismo avisan que no se espera un trámite rápido, aun cuando la estructura de la dictadura es un espectro de la que gobernó con puño de hierro este país durante 42 años.
Se reiteraba también aquí en zona inhóspita de Libia la idea de que Kadafi difícilmente se entregue. Las especulaciones iban desde que se suicidaría o que le pediría a uno de sus hijos más fanáticos que lo mate.
Lo cierto es que la dictadura aún tiene poderío y milicias leales y ese final parece cualquier cosa menos posible en el corto plazo.
Las cadenas de noticias occidentales que tienen enviados destacados en Trípoli, como la BBC, han difundido imágenes de movilizaciones de partidarios de Kadafi armados y envueltos en sus banderas verdes. Ahí todos juraban lealtad y su intención de morir salvando al régimen.
En una de esas movilizaciones en hombros de la gente apareció Saif, el hijo más famoso de los siete del hombre fuerte libio, desmintiendo con ese gesto que hubiera sido detenido.
La información de ese arresto la difundieron los rebeldes llevando incluso a un error al fiscal del Tribunal de la Haya, el argentino Luis Moreno Ocampo, que inmediatamente exigió su extradición acusado junto a su padre y otros miembros de la familia Kadafi de crímenes de guerra.
Al atardecer de ayer se multiplicaban también las versiones de que nuevamente tres de los hijos del hombre fuerte libio estaban en poder de los rebeldes, incluyendo a la madre de ellos.
Las fuentes del comando rebelde en Bengazi dijeron que ésas y la anterior fueron operaciones armadas por funcionarios de la dictadura. Explicaron con dificultades la teoría de que se habían hecho pasar por rebeldes para emboscar con mala información a la prensa y luego montar la aparición de Saif. Demasiado complicado para ser posible.
Esas fallas y la desaparición evidente de Kadafi, –un claro gesto de poder si se tiene en cuenta el panorama que lo rodea–, es lo que lleva a muchos veteranos rebeldes a anticipar lo duro y extenso que esperan de esta última batalla.
En el puesto de la frontera había ayer un gran desorden por el amontonamiento de periodistas que tramitaban su salida de Túnez y el ingreso a Libia, pero lo que se manifestaba era alegría, incluso con danzas, y poco enojo por el tremendo trabajo que les ha tocado. No hay costumbre de semejante muchedumbre de extranjeros, aunque un dato revelador del cambio de los tiempos es que no se ven refugiados en la zona.
Cuando comenzó esta crisis llegaba la gente en cantidades enormes en esta frontera o en la de Egipto –-en el otro lado sobre el Este–, escapando de la guerra, en su mayoría inmigrantes empobrecidos. Que no lo hagan ahora es porque se percibe en el país que ya no es necesario huir por un inminente cambio en el panorama.
En la frontera, donde se camina sobre cápsulas vacías de balas de fusil y largos cartuchos de casi 20 centímetros de las grandes ametralladoras, los milicianos dejan pasar después de revisar los pasaportes en una oficina, emitiendo una visa más teórica que real pero actuando ya claramente como un gobierno en funciones. Se debe recordar que casi todas las capitales del norte mundial han reconocido a la administración de transición en Bengazi como la única autoridad en Libia.
Clarin