Cientos de personas se congregaron en la Catedral de Oslo para rendir homenaje a las víctimas del ataque de Anders Behring Breivik, el noruego de ultraderecha que el viernes provocó una tragedia.

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Noruega: emoción y lágrimas en la despedida de los 93 muertos – El país intenta entender qué sucedió. Se hizo el silencio en la Catedral de Oslo y cientos de personas cantaron «Til Ungdommen» –»A la juventud»–, una canción escrita en 1936 por Nordahl Grieg, un poeta ateo y comunista, héroe de la resistencia noruega contra los nazis. Así acabó ayer la emotiva ceremonia de recuerdo a las 93 víctimas que dejó el odio criminal del ultraderechista Anders Behring Breivik en el centro de la capital noruega y en la isla de Utoya, en donde se reunían las juventudes del gobernante Partido Laborista.

La familia real, todo el gobierno y miles de noruegos rindieron homenaje a las víctimas de una matanza que pocos en este país entienden y que nadie, ni unos servicios secretos que sólo miraban a la amenaza islamista, vieron llegar.

«Este 22 de julio lo recordaremos como nuestro viernes de pasión», señaló el obispo luterano Ole Christian Kvarme, ante la presencia del Rey Harald, la Reina Sojna y la princesa Marta Louise, que no pudo contener el llanto.

El primer ministro, Jens Stoltenberg, que llegó a la ceremonia portando una rosa blanca, emocionó a los asistentes –el rey Harald no pudo evitar las lágrimas– con un discurso de reafirmación democrática: «La respuesta es más democracia, más apertura y más humanidad, pero sin ingenuidad, se lo debemos a las víctimas». Stoltenberg añadió que «cada una de las víctimas es una tragedia» y que «Noruega es un país pequeño pero con un pueblo fiero que no abandonará sus valores».

El diario Dagbladet había marcado la línea: «Ahora es preciso no llenarnos de temor como ocurrió en Estados Unidos después del 11-S». Y ponía como ejemplo a seguir la reacción española y británica tras los atentados de 2004 y 2005. A las puertas de la Catedral, cientos de personas formaban un círculo alrededor de una masa de flores, velas y mensajes de pésame. Muchos de los congregados lloraban y se daban la mano.

Olav Berg, apenas 20 años y haciendo esfuerzos para mantener la compostura, decía a Clarín que no lo entendía: «¿Por qué aquí? Nunca imaginé que pudiera pasarnos esto». Declaraciones similares eran las más comunes. Los noruegos no saben por qué uno de los suyos pudo acumular tanto odio para decidirse a matar por unas fanáticas ideas políticas.

Svein Hennum, profesor de enseñanza primaria que acudió a la catedral a dejar unas flores, decía a Clarín que «de alguna forma a veces pensaba que corríamos el riesgo de ser atacados por el terrorismo islamista. Tenemos tropas en Irak, somos miembros de la OTAN, pero cuando supe que había sido alguien de la extrema derecha no lo entendí».

El profesor Hennum, con su hija pequeña de la mano, añade que «sí, la extrema derecha fomenta el miedo a los inmigrantes. No somos una sociedad perfecta, hay racismo, pero nunca pensé que alguien podría llegar a matar por eso».

A 100 metros de la Catedral empiezan los cordones militares que impiden acceder al barrio que sufrió el bombazo. Esta es otra novedad para los noruegos. En un país que sólo veía a los militares el día de la fiesta nacional y en el que la presencia policial era mínima y discreta, ver soldados con fusiles de asalto en plena calle provoca estupefacción .

La respuesta a mediano plazo de la ciudadanía noruega es una incógnita, pero analistas políticos escribían este fin de semana en la prensa nacional que esta masacre puede abrir los ojos de muchos noruegos que no veían peligro alguno en la extrema derecha.

El asesino ya reconoció a la policía que disparó en la isla y que puso el coche bomba en la capital, pero rechazó admitir su «responsabilidad penal». Su abogado, Geir Lippestad –que ya ha defendido a grupos de neonazis– decía el sábado a la prensa noruega que su defendido creía haber cometido asesinatos «atroces pero necesarios» y que «en su conciencia no tiene el sentimiento de haber hecho nada malo».

Dos teorías intentan explicar la radicalización de cierta franja de la población de los países nórdicos. La primera es común a gran parte de Europa y habla del ascenso de las ideas radicales, que se apoyan en la llegada de inmigrantes y en la crisis económica para fomentar el nacionalismo y cierta idea de la pureza cultural y de sangre que los inmigrantes estarían contaminando.

El Partido del Progreso –la extrema derecha noruega– que alcanzó el 23% de los votos en las legislativas de 2009 y es la segunda fuerza parlamentaria, acusa al gobierno noruego de lo mismo que Breivik: ser demasiado permisivo con los inmigrantes y permitir una supuesta islamización de la sociedad noruega.

Esa es la teoría que más se utiliza para explicar el ataque y que se reforzó tras darse a conocer un libro de 1.500 páginas que el asesino colgó en internet el mismo día del atentado. En él, Breivik declara una «guerra de sangre a inmigrantes y marxistas», defiende el terrorismo «para despertar a las masas» y dice saber que se le tratará «como al peor monstruo desde la Segunda Guerra Mundial».

La otra teoría es la que explica que tras la fachada limpia y rica de unas sociedades sanas y abiertas, con niveles de desarrollo envidiables, comprometidas con la defensa de los derechos humanos y la ayuda al desarrollo, se esconden los trapos sucios, la violencia de género y el odio a los inmigrantes. Es la imagen que se extrae de las novelas de Henning Mankell y Stieg Larsson. Pero no representa a la mayoría de este pueblo pacífico que llora, desconsolado, la muerte de 93 inocentes.

Fuente:
Clarín.com

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