A Uruguay no le pesó la chapa de favorito y se metió en la final – Los de Tabárez jugarán el domingo en River por el título ante el ganador de Paraguay-Venezuela. Es Uruguay, y no le pesa. Este equipo de Tabárez volvió a mostrar en las instancias decisivas de la Copa América un valor que no abunda en ningún equipo del mundo: su historia, sus pergaminos, no son una carga sino un argumento a favor. Porque siempre, en un partido por momentos muy chato, el equipo uruguayo dio la sensación de ser más a partir, sobre todo, de esa camiseta celeste que tanto vale. Por esta causa, y también porque tiene a Suárez en un momento mágico similar al de Forlán en Sudáfrica, Uruguay se metió otra vez en la final de la Copa América. Y el sueño de festejar en el Monumental, como en 1987, está bien vivo.
En el primer tiempo, Uruguay y Perú mostraron una cara bastante parecida a la de sus partidos anteriores en la Copa América. Los de Tabárez, con un Forlán que sigue siendo un gran jugador pero está muy por debajo del nivel impresionante del Mundial de Sudáfrica, siempre dieron la sensación de ser más ante un Perú que repitió el 4-4-2 que lo llevó a estar entre los cuatro mejores. Pero ninguno de los dos exhibió algo muy por encima del discreto nivel que arrastra este torneo.
La primera llegada más o menos a fondo fue de Perú a los 5, con un tiro desde afuera de Yotún que exigió a Muslera. Apareció Uruguay dos minutos después cuando tuvo una clara Suárez, en una pelota parada en la que le quedó la pelota pero su volea se fue afuera. A partir de ahí, el empuje de esa camiseta celeste con un peso específico superior al normal alcanzó para que los uruguayos dieran la sensación de dominar el partido. Algo que -vale aclararlo- no se transformó en grandes situaciones de riesgo.
Por el lado de Perú, a Vargas le llegaba poco la pelota, pero cuando la recibía despertaba el justificado alarido de los muchos peruanos que poblaron el estadio de La Plata. A los 24 les regaló a los de Markarián la situación más clara, cuando desbordó y mandó un centro cruzado que por poco no pudieron conectar Guerrero y Advíncula para marcar el gol.
Con el correr de los minutos el marco en las tribunas se fue apagando, como respuesta a la falta de fútbol que venía desde el campo de juego. Mostraban poco, dentro de un contexto en el que Uruguay era algo más. Más allá del fervor, gozaba de la inteligencia de Suárez para ganar espacio en inferioridad numérica, y de la buena sociedad que hacían por la derecha Maxi Pereira y Alvaro González, viejos conocidos de Defensor Sporting. También de esa chapa de favorito que siempre le corresponde cuando llega a las instancias finales, sobre todo en una Copa América.
En un contexto en el que las llegadas se hacían cada vez más esporádicas, surgió un error individual que inclinó la balanza hacia el lado de Uruguay. El arquero Martínez dio a los 7 minutos del segundo tiempo un rebote muy corto ante un tiro de Forlán que se iba afuera y entonces llegó el gran jugador de Uruguay en el torneo, Luis Suárez, para convertir ante el flojo achique del 1. Era la diferencia que necesitaba Uruguay para que todo el peso de la historia inclinara la balanza.
Y cinco minutos después lo terminó de resolver Suárez, cuando recibió un pase perfecto de Alvaro Pereira y definió con la clase de un grande ante Martínez. Era el 2-0, demasiado para un Perú al que Markarián le resolvió algunos de sus problemas defensivos pero no su habitual tibieza a la hora de atacar. Y encima Vargas se hizo expulsar por tirarle un manotazo en la cara a Coates adelante del árbitro. La historia estaba liquidada.
Sobró todo lo que vino después, aunque Muslera amagó con darle algo de dramatismo al final cuando casi se le escurre un tiro de afuera de Guerrero. Pero ni esa ilusión iba a tener este Perú que llegó hasta más allá de lo que hubieran imaginado casi todos. Uruguay estaba otra vez en una final de la Copa América. «Volveremos a ser campeones como en el 83», cantaban las tribunas. Sabían que en el campo hay un equipo al que la historia le juega a favor. Y que el domingo tendrá otra gran oportunidad para demostrarlo.