En el Monumental, venció por 1-0 a Banfield con gol de Pavone y quedó como único líder con 18 puntos, dos más que Estudiantes y Olimpo.

River se adueñó de la punta del Clausura – Y se aleja de la zona de Promoción. River juega bien solo de a ratos, pero vive cada partido con una intensidad difícil de igualar. Anoche, a esa intensidad la utilizó para pelear todas las pelotas como la última y también para jugar un segundo tiempo a puro corazón. En el que buscó el triunfo con mucha convicción y algunas dosis de juego bien concebido. Y se terminó abrazando con fuerza a esa victoria que necesitaba para quedar como único puntero y seguir alejándose de la Promoción. Con la fiereza de Matías Almeyda, con las manos firmes de Juan Pablo Carrizo, con el talento de Erik Lamela, con el empuje constante de Paulo Ferrari y con una defensa que sumó su sexto partido sin goles en contra.

En el juego asociado, en esos pases cortos capaces de abrir caminos River no siempre pudo. Sobre todo, en un primer tiempo donde los recursos para llegar hasta el arco de Enrique Bologna se limitaron a alguna pelota detenida -como el córner que envió Lamela y Adalberto Román cabeceó apenas alto- o remates de afuera del área de Lamela -desviado, sobre el palo izquierdo- y de Almeyda que el arquero rechazó al córner.

La previa, todo ese encanto de un Monumental y su multitud a la espera de un River líder no estuvo, de entrada, a la altura en un equipo que no encontró una luz genuina para ser y que recién en esa ráfaga del segundo tiempo encendió corazones. Ferrari por la derecha, buenos ratos de Lamela -siempre el más talentoso de la cancha- y no mucho más en el carretel para salir de un partido más acomodado a la intención de Banfield. ¿Qué hizo el conjunto que dirige Sebastián Méndez para ganar? Una pausa, en cada movimiento -tiempo y carrito repetido para atender a los jugadores- y su clara estrategia de acertar una contra o aprovechar un error del rival. Lo tuvo, claro, cuando Jonathan Maidana entregó corto un pase para Alexis Ferrero y Jonathan Gómez tomó el balón y le dio ante la salida de Juan Pablo Carrizo, que tapó el remate con una mano y evitó el 0-1.

Con Diego Buonanotte más atento a una pelea con Julio Barraza -acelerado, intermitente y con poco aporte ofensivo- a Lamela le costó dar con socios para esas pequeñas sociedades. Pero, en fútbol, los buenos momentos también tienen relación con otras historias cuando falta una conexión. El empuje, el contagio y la bandera que tomó Almeyda empezó a conmover a todo un estadio que, en el comienzo del segundo tiempo jugó a vestirse de líder. Tres situaciones de gol en tres minutos -primero Buonanotte, luego Acevedo y más tarde Ferrari- para abrir el resultado. Sin puntería y con las manos de Bologna, no aflojó esa presión desde el sonido de la gente y el corazón de los futbolistas.

Almeyda, ¿quién otro? a puro coraje y confianza encaró hacia el área y habilitó a Pavone. El delantero, en un movimiento veloz, se sacó dos defensores de encima y definió cruzado con jerarquía, autoridad y un sello para entender que ese grito era, definitivamente, el del triunfo tan esperado para llegar a lo más alto en soledad. Sobre todo, porque a la hora de cuidar el cero mostró una vez más que tiene a un arquero de respuestas inagotables. Su atajada en otro remate de Gómez fue el brillo que ofrece nuevos argumentos para su convocatoria al seleccionado.
En los estados de ánimo y en el convencimiento de ir por ese deseo, River dio a luz en la parte final y justificó una victoria que le pinta el cielo con otros colores. Porque el Clausura empieza a pegar la vuelta -se acaba de pasar por la mitad- y está arriba. Los buenos ratos, la seguridad en el fondo y el contagio para suplir limitaciones lógicas y seguir bien alto en el campeonato. Todo eso. La tabla paralela, esa de la suma de todos los miedos, se mira en una lectura ligera en estos días. El sueño, naturalmente, lo hace caminar por otra calle.

Clarin.com