La ciudad vivió su primer día sin el dictador como un domingo de fiesta. Los chicos jugaron en los tanques al cuidado de soldados.

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Bajo un clima de carnaval, El Cairo respira libertad después de la batalla – Hubo música, bocinazos, banderas al viento. Y voluntarios barriendo y pintando la plaza que les abrió el futuro. En el extremo de uno de los puentes que cruza el río Nilo, un tanque con toda su tripulación está invadido de niños que lo caminan de una punta a la otra, mientras los soldados intentan evitar que se les caigan desde ahí arriba. Todos tienen gorritos y llevan pitos y cornetas y les piden a sus papás –con muecas y gritos desde la torreta o aferrados al inmenso cañón del blindado– que les tomen fotos. Y los padres lo hacen. Montones de fotos. Luego, los soldados los ayudan a bajar y llegan otros y así es todo el tiempo, en todos los vehículos militares que aún siguen en las calles de El Cairo.

Ayer, primer día de Egipto sin el dictador Hosni Mubarak, la ciudad pareció un gran carnaval.

En todas partes aparecieron montones de banderas, hay música y suenan las bocinas, con los autos embotellando todas las calles en el clásico desorden de la normalidad de esta ciudad, pero sin escenas de protesta. Parecía un pueblo festejando el triunfo en la final de un mundial de fútbol, aunque fue el final de un régimen que tuvo como rehén a este país durante treinta años. Ese tremendo lapso tuvo una conclusión paradojal: insumió apenas 30 segundos –uno por cada uno de los años de sojuzgamiento que padeció este pueblo– el mensaje que el viernes envió al basurero de la historia al dictador y que pronunció contrito el vicepresidente Omar Suleiman al anunciar que Mubarak ya no era presidente.

El estallido que siguió luego de eso mantuvo despierto al país hasta la madrugada. Pero ayer en este sábado, que es ya el domingo en esta parte del mundo, la celebración involucró a todas las familias con sus hijos pequeños y la ciudad tomó la forma de un parque de entretenimiento en el que los vehículos militares fueron el premio mayor, además porque mucha gente le agradecía a las fuerzas armadas que hayan echado al déspota. Entonces, junto a los niños correteando en las alturas de los tanques, también se veía a hombres que asediaban a besos y abrazos a los soldados.

En el camino a pie desde el hotel donde se encuentra este enviado en El Cairo, en el centro de la ciudad, hasta la plaza Tahrir, escenario de esta revolución sorprendente (unas doce cuadras), todo aparecía cubierto de los colores rojo, negro y blanco de la bandera egipcia. Los llevaban en los autos y en las manos, y estaban adornando las vidrieras de los negocios. Y también flotaban abajo en el río sobre las barcazas que volvieron a echar sus redes en el Nilo para la pesca diaria, una actividad que esta gente hace ahí frente a la ciudad con sus botes en el centro de ese río legendario.

Los hoteles también perdieron su tono apagado y recuperaron vida.

Aparecieron más turistas y volvieron los vendedores a atender sus comercios internos. En el del enviado, que ayer vio que por primera vez había mozas en el bar, se estaba realizando desde la mañana una fiesta muy sonora en una de las confiterías del establecimiento.

Fue un día de gloria también para los vendedores de las enseñas, las matracas, los pitos y cornetas, todo a entre dos, cinco o hasta diez libras egipcias, poco más de un dolar en el valor máximo. Pero nadie dudaba en regalárselas a sus hijos o a ellos mismos y por eso el lugar se llenó de esos colores con mucha más intensidad que lo que hemos visto en los días más intensos de la revuelta. En el centro de la plaza, mientras, la gente bailaba con música con estilo disco que saltaba estridente desde una torre de parlantes. Allí había un virtual techo de banderas que impresionaba desde la distancia. Un bloque de tres colores que se movía acompasando para allá y para acá siguiendo el ritmo.

En los puentes hay dos enormes figuras esculpidas de leones que miran hacia la plaza dominando por encima del río. En cada uno ayer había una brigada de voluntarios fregando con intensidad la superficie de esos monumentos para devolverle el brillo perdido en esta enorme pelea.

Y de allí en adelante, aparecían multitud de personas con escobas y bolsas de residuos levantando toda la basura acumulada, incluidos hasta los puchos de los cigarrillos. Eran todos voluntarios que arrancaron a la mañana temprano.

La escena era por lo menos asombrosa . Por las calles internas del paseo, algunos de ellos esparcían desinfectantes con unos enormes recipientes y otros iban con los cepillos limpiando de una punta a la otra. El agua la proveía un camión cisterna del ejército. Hubo también quienes llevaron pintura y le daban un final muy prolijo a los cordones de las veredas. En la vida cotidiana de esa plaza céntrica de El Cairo, ahora histórica, los autos circulan por dentro para unir una parte y otra del centro de la ciudad. De modo que también blanquearon las líneas de cruce y las flechas.

El lugar tiene aún muchas de las huellas de la batalla. Ahí todo lo que se pudo romper fue roto. Pero el acceso principal desde el Nilo estaba más abierto y ya no quedaban los restos del escarabajo Volskwagen incendiado y hecho un amasijo de fierros que formaba parte de la barrera armada para frenar algún ingreso hostil, como los hubo hace dos semanas contra los ocupantes.

La revisión de la gente siguió, pero más relajada que en los días anteriores. En los días previos a la caída del régimen, este enviado llegó a ser palpado de armas doce veces en un breve tramo en el camino de ingreso a Plaza de la Liberación o Tahrir. Ayer fue una sola vez.

Dentro del paseo todo cambió en estas horas. Gran parte de lo que parecía un camping gigante fue desarmado. Sólo quedaron algunas de las carpas de los más duros que decidieron permanecer un poco más para evaluar el camino que seguirán los militares, ahora a cargo del poder en este país. No lo llaman dictadura pero hay cautela y un poco de aprensión y lógicas dudas sobre el futuro.

Por todas partes había ayer muchísimas mujeres . Es un dato político importante. Al comienzo de la toma de la plaza de la Liberación, se veía una mayoría intensa de hombres. Esta sociedad es muy machista. Poco a poco fueron llegando chicas más bien jóvenes que se quedaban o iban a diario a dar una ayuda a los opositores. Sin embargo, ayer eran multitud, y muchas de ellas jóvenes veinteañeras llevando una ropa que parece de moda aquí, el pañuelo musulmán en la cabeza y ajustados pantalones vaqueros bien calzados al cuerpo. No se ven faldas cortas en El Cairo. Y seguramente no es porque el otoño haya venido este año por momentos con mucho frío, sino que es parte de los límites culturales que aún existen con fuerza aquí.

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