El Bombero de la vida – La llegada a la institución en un momento clave lo salvó de un exilio casi inevitable con la sociedad.
Por Francisco Díaz de Azevedo Antonio Simón Castillo nació en la ciudad de San Jorge un 28 de octubre de hace 62 años. Tiene una historia particular, llena de dolor y de redención.
Se trata de un personaje simple y regordete, de gesto desenfadado, nariz puntiaguda, mirada noble y andar ágil.
Es un personaje de la vida, al que la vida lo trató muy duramente y la oscuridad lo atrapó una y otra vez.
«Vine a El Trébol, después me fui un tiempo a Las Parejas y después volví», comienza diciendo «Castillito», que se queda de una arterioesclerosis que no le ayudará a recordar. Sin embargo rememora: «Fui tres años a la Escuela Paso y Belgrano hasta que a los 9 años comencé a trabajar de «bollero» en un campo. Después me fui cerca de Cañada Rosquín, estuve en Campo Castro y otros lugares».
Antonio mira fijo el grabador, sentado en la oficina del Cuartel de Bomberos Voluntarios de El Trébol, es decir, casi su casa: «Yo sufrí mucho porque mi padre era tomador. Además la gente en el campo no me daba nada. Para calentarme en las mañanas de mucho frío ponía los pies en la orina de las vacas», dice y recuerda: «Mi mamá era trabajadora pero mi papá le pegaba. Todos lo sufrimos mucho, mis 11 hermanos y yo, aunque los dos mayores se hacían mantener por nosotros, los más chicos que trabajábamos»
Son 12 en total?
«Sí, aunque varios ya se murieron».
Antonio sigue su increíble relato de su vida que lo llevó a situaciones verdaderamente extremas: «Comencé a convivir con Felicia Garnica y tuvimos un nene y una nena. El nene nació con problemas en los pulmones y murió después del parto. Se llamaba Antonio Alberto. Y lo de mi nena fue terrible. Se llamaba Liliana del Pilar y se murió a los 4 años, se tragó una bolita y la traje a la clínica y no la quisieron atender. Me dijeron que la iban a llevar al Hospital porque se le había ido a los pulmones y nada que ver, la bolita la tenía en la garganta. Fue terrible, no lo puedo perdonar al médico», señala y se quiebra. Sus ojos se le llenan de lágrimas y se transforma. Lanza algunas palabras contra el profesional, repite una y otra vez que nunca olvidará y que tampoco perdonará. La charla se pone tensa. Se llena de ira. Baja la vista y llega el silencio.
Quién escribe cambia el eje de la conversación. Pero las imágenes de su hija siguen latentes. «Yo a ella la veo siempre», suelta y sorprende: «Se me aparece. Hacía como tres años que no la veía y hace poquito se me apareció. No sé porque pasa eso. Es tremendo, me habla y me pide cosas».
La charla se torna hipnótica. Clava la vista en un punto. Su gesto vuelve a ponerse tenso. Hay mucho dolor y la amarga historia sigue adelante. «Castillito» perdió un hijo más. Fue años después de la tragedia de Liliana. «Mi señora estaba picada por el virus de la vinchuca. Había quedado embarazada y cuando nació Viviana – su tercer hijo- , tuvo mucho problemas a los 7 meses falleció. En el 89´ también murió mi señora por la gravedad del virus».
Sin embargo, Antonio cuenta algunas anécdotas con una sonrisa en los labios: «La Colimba me tocó en Entre Ríos. Para mí fue una de las mejores cosas que me pasó. Llegué a ser «Dragoneante» y ahí aprendí a leer y me valoraron.
Volvió a El Trébol y afectado por las pérdidas de sus tres hijos y su mujer, quiso alienarse del mundo, conseguir un campo donde vivir y no hablar nunca más con la gente. Sin embargo fue Ricardo Boasso quien lo salvó a Castillo de semejante exilio. Lo invitó a acercarse a la Institución y algo cambió en su vida. «Llegar a Bomberos me cambió la vida. Fue en el año 1993 y lo hice hasta el 97´. Después entré en la comisión. Yo creía que lo mío no tenía mas sentido y pensaba recluirme y no ver más gente. No quería estar más en contacto con nadie porque el dolor que uno lleva de perder tres hijos es impresionante. La gente cree que estas cosas se olvidan y no! Todo lo contrario. Yo cada día extraño más a mis nenes».
La Institución volvió a socializar a Antonio, lo puso en contacto con nuevos amigos y fue respetado. Encontró una nueva manera de vivir y se servir a la comunidad. «Hoy estoy bien, pasando una nueva etapa de mi vida», dice ya distendido después de desparramar semejante relato de dolor y agrega: «Trabajo en Bomberos y soy amigos de todos. Ahora hago mantenimiento y soy sereno en un campo cerquita del pueblo»
Además este personaje volvió a sentir la sensación de ser padre y alguien lo acompañó sin perder detalle en la nota: «Tengo a Florencia que tiene 10 años y es mi motivo de vida, los recuerdos no los borro y algunos rencores tampoco, pero ahora puedo afrontar lo que es vivir de otra manera, de alguna manera, puedo afirmar que me sobran los motivos».