El último en salir fue Luis Urzúa, jefe del grupo que permaneció en la mina hasta el final a casi 700 metros en un yacimiento de Copiapó.

Milagro en la montaña: viven los 33 mineros tras 70 dias de odisea bajo los Andes – Se termina así uno de los operativos de salvataje más espectaculares de la historia. 33. A salvo, con vida. Felices. A puro futuro. Los mineros de la mina san José de Chile ya no tienen de qué preocuparse. Salió «Don Lucho», el último de la fila y todo fue emoción. Luis Urzúa vio la luz de la luna en el desierto de Atacama a las 21:55 y puso punto final al más espectacular operativo de rescate que recuerde la historia de la minería.

Fueron 70 días de amargura, de tensión, de llanto y angustia que se convirtieron con cada minero asomando la nariz en la superficie en pura alegría y felicidad.

Treinta y tres nombres e historias que quedarán para siempre en la memoria de los más de mil millones de personas que siguieron casi con obsesión el rescate que duró unas 22 horas.

La esperanza arrancó con el más perfecto de los mensajes: «Estamos bien en el refugio los 33», escribieron en una nota que los socorristas vieron a través de una cámara especial. El rescate estaba más en marcha que nunca. Pero hasta no verlos, la historia era increíble. Y los familiares la creyeron con Florencio Ávalos, el primero de los rostros que se vio cuando, el 22 de agosto pasado –tras pasar 17 días desaparecidos- los mineros se toparon con la cámara de video. Su carita asustada en color sepia dio la vuelta al mundo aquel día y volvió a hacerlo hoy, cuando el día despuntaba sus primeros minutos. Eran las 00:10 y se convertía en el primero de los 33 en volver a la superficie. A la vida.

La cápsula Fénix –mejor no pudo bautizarse- los hizo resurgir de las «cenizas», del fondo de la mina, de las entrañas de la Tierra, de la muerte, como muchos les habían augurado. Tanto, que aún figuran como desaparecidos en Chile y tendrán que hacer una serie de trámites para volver a la vida civil.

Florencio, casado, con dos hijos se fundió en un eterno abrazo con su mujer y uno de sus chiquitos: Byron de sólo 8 añitos le pidió al presidente de Chile, Sebastián Piñera, con lágrimas en los ojos que hicieran una excepción y que lo dejaran esperar a su papi junto a su mamá. Le dijeron que sí. Y corrió, nervioso a los brazos de su papá, manteniendo con esfuerzo el enorme casco blanco de minero que le pusieron para protegerlo.

Después vino Mario Sepúlveda. Histriónico, feliz. «Saquénme de aquí», gritaba mientras la cápsula lo acercaba a la superficie. Se las arregló para llegar con «regalos» para todos: piedras a modo de souvenirs. Un souvenir que a nadie le hubiera gustado recibir jamás, pero al que Mario -«Súper Mario» como lo empezaron a llamar los medios- le puso toda la onda del mundo. Sólo le faltó bailar al salir de la mina.

Uno a uno, los mineros se fueron reencontrando con sus afectos, con su familia, sus amores. Su vida. Una vida que se vieron obligados a suspender durante 70 días de encierro obligado a más de 700 metros de profundidad.

Algunos se destacaron más que otros. Eran muchos. 33. Hubo historias que llamaron más la atención, que se colaron más fácil entre la gente. Fue el caso de Johnny Barrios. Un hombre dividido entre el amor de dos mujeres: su esposa y su amante. Supieron cada una de la otra en el campamento cuando llegaron desesperadas a llorar por el mismo hombre. Pero Marta Salinas, la oficial, decidió no estar presente cuando regresó a la superficie, a pesar de haber compartido 28 años juntos. Le dejó el lugar a Susana Valenzuela, la coqueta amante que se vistió de flores y se pintó labios y ojos para mirar como si fuera la primera vez a este conductor de 50 años.

A Esteban Rojas y Claudio Yánez les pintó el romanticismo y les propusieron desde las profundidades casamiento a sus parejas, con quienes mantenían relaciones desde hace años y hasta habían tenido hijos, pero nunca se habían animado al «gran paso»

Otro de los mineros muy esperados fue el ex futbolista Franklin Lobos. Con un breve pasado de gloria en la Selección de Chile, a este hombre de 53 años lo recibieron con una pelota y abrazos. Muchos recuerdan sus gambetas cuando lo apodaban «El Mortero Mágico». Hizo «jueguito» y todo en la bocamina.

José Henríquez, el «guía espiritual» de los 33 mineros atrapados en el yacimiento fue el vigésimo cuarto trabajador en salir. Antes del accidente del 5 de agosto que casi los sepulta en vida, este evangelista era encargado de perforación. Su mujer no pudo contener el llanto al verlo salir de la cápsula. Lo abrazó largo, fuerte y ambos pusieron sus manos en alto: No podían sentir más felicidad. Su vida está marcada por el número 33. No sólo formó parte de los 33 trabajadores atrapados, sino que se dedica a la minería hace 33 años y está casado hace otros 33.

A Renán Ávalos le dicen «el jinete» por su pasión por los caballos. Fue el número 25 en salir. Afuera lo esperaba su hermano Florencio. Sí, el que inauguró la lista de rescatados. Por él entró a trabajar en la mina hace cinco meses. Lo recibieron con una remera firmada por los jugadores de la Selección chilena. El fútbol es su otra pasión.

La emoción, la alegría y el milagro no dejaron de sorprender en la Mina San José, en Copiapó. Hasta el último minuto todo fue abrazos, besos, muchos rezos. Los mineros fueron dejando la oscuridad de la mina para escribir este nuevo milagro en la cordillera de los Andes.

La historia de una tragedia que se convirtió en esperanza y odisea por la resistencia de un grupo de hombres se compara con hitos como el hombre en la Luna o el otro milagro de la cordillera: los 16 uruguayos que sobrevivieron a un accidente aéreo tras pasar 72 días en lo más inhóspito de la montaña. .

La cápsula de rescate Fénix no paró de subir y bajar. Casi a las 21.30 trajo en su interior, con el mismo cuidado que una madre, a Ariel Ticona: 29 años, conductor de maquinaria pesada, casado. Su esposa Margarita dio a luz a su tercera hija durante el encierro y la chiquita, linda, fue bautizada Esperanza, a pedido de su papá.

Faltaba nada. Uno solo, «Don Lucho». Luis Urzúa contaba los minutos para abandonar el barco seco, polvoriento. Como todo capitán fue el último en dejar la nave. El mundo volvió a verle el rostro, sonriente, a las 21:55. Habían sido rescatados los 33. La odisea en el desierto de Atacama había terminado y de la mejor manera: ¡Viven!

Clarin.com