Sin final – Se jugaron los cotejos en Novena Especial, Novena y mitad en Séptima. La lluvia obligó a suspender lo que restaba del Clasiquito. Cuando amaneció en El Trébol el sábado, nada presagiaba que tendríamos un día así. Desde el mediodía, negros nubarrones comenzaron a copar la ciudad. Un rato después caían las primeras gotas y el temporal de la semana se volvía a repetir.
Apretada por el calendario, la Liga no dudó un segundo en que se debía jugar, y la desición fue correcta, pero un rato después, la llovizna se transformó en una lluvia por momentos torrencial.´
Con los árbitros en la cancha, buena cantidad de público y los pibes enfundados en sus camisetas, era imposible pensar en una suspensión. Así los más chiquitos coparon la cancha auxiliar de Trebolense y en la cancha principal comenzó a rodar el balón que valía puntos.
Por los porotos, empardados
Y así llegó la Novena Especial, jugada a muerte y en un trámite muy parejo. La lluvia caía levemente y el suelo no preocupaba.
Una bolsa de nylon, un diario o simplemente un gorro le bastaba al público para protegerse de las gotas rebeldes.
Y empataron 1 a 1 nomás. Calvo madrugó a El Expreso cuando el pito todavía estaba caliente del silbato inicial. El desahogo pintado de Verde llegó en el Complemento con el oportuno Rebechi fusilando al arquero de Trebolense. Con el partido empatado, los 22 se dieron la mano tras el pitazo final, con sensación de conformismo.
El mismo escenario, algo más embarrado, albergó a los pibes de Novena. Sin sacarse ventajas en el trámite del encuentro, «Celestes» y «Verdes» sumaron un punto para la tabla. Hesner de penal gritó para el local y en el ocaso del match, Ocampo de cabeza empató para la visita.
La tarde se ponía densa y el aguacero se hizo más intenso. En Séptima se jugaban cosas más importantes que un partido de fútbol. El prestigio, el honor y el amor por la camiseta, se tiraron sobre el campo de juego teñido de lluvia. Pero nadie generó una rabona, un taco o una gambeta. La pasión se desdibujó, mojada y sin emociones.
Y así se fueron al tunel con las dudas de muchos de si habría un segundo tiempo.
La pelota ya no volvió a rodar. En los vestuarios se decidió que ya no se debía seguir jugando y el resto de la tarde quedó en suspenso.
Hubo caras largas y otras no tanto. Había gente con ganas de seguir y otros que pensaban en irse a su casa. Afuera la pelota picaba, adentro alguien decidió que la historia siga otro día.