Los 33 obreros pasan sus horas en un tramo de 2 km en el interior de la mina. Armaron zonas de descanso y reunión en pasillos de 4 metros.

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Esperando el rescate: cómo viven los mineros a 688 metros bajo tierra – Se dividieron en grupos para cuidarse y dormir. Todos están más delgados. Y hay 5 con depresión. «Fue algo espantoso. Sentimos que se venía la montaña bajando hacia nosotros y sin saber lo que pasaba… Después vino el tierral, como cuatro o cinco horas que no podíamos ver nada «. Habían pasado quince minutos de las dos de la tarde y el turno de trabajo en la minera San José, en el norte de Chile, estaba atrasado para salir a comer. Esos minutos de diferencia de la rutina habitual hicieron que el camión que manejaba Franklin Lobos, el ex jugador del equipo Cobresal y de la selección chilena y que se ocupaba de subir y bajar a los trabajadores, no quedara aplastado por «la montaña» que se vino abajo ese 5 de agosto.

Los 33 mineros pasaron un largo tiempo sin saber qué había sucedido, después Don Lucho –Luis Urzúa, el jefe del turno– siguió con el relato de los primeros minutos de la tragedia. Cuando pudieron reaccionar se dieron cuenta que estaban atrapados. Una piedra taponaba el camino hacia la superficie.

Estaban a 688 metros de profundidad.

A oscuras. El refugio en las primeras horas colapsó. No había la luz artificial que debía funcionar. Pero había comida. Unas latas de atún, leche, galletas, agua y fuerza y ganas de vivir. Eso los salvó durante 17 días. Hasta que el domingo pasado, el 22 de agosto, cuando eran apenas las 5 de la madrugada, una de las sondas que desde hacía días fallaba en el intento de llegar al nivel donde estaban cambió la suerte. Desde entonces, han estado sobreviviendo en extremas condiciones , aunque con un grado tal de organización que han valido los elogios de los técnicos de la NASA que llegarán el martes para asesorar a las autoridades.

Hasta que tenga lugar el rescate –pautado para dentro de tres ó cuatro meses al menos– los mineros se mueven por dos kilómetros de la mina que tiene pasillos de cuatro por cinco metros y que, por momentos, desembocan en galerías del tamaño de una cancha de fútbol. Después de las cinco horas de ceguera inicial, la organización del grupo de trabajo se impuso. «Siguen con la dinámica de su turno. Cada uno hace lo que sabe hacer», explicó a Clarín uno de sus psicólogos, Alejandro Iturra.

Al principio se dividieron en tres grupos de once para cuidarse y dormir.

Ahora son once de tres. Hay cinco que están deprimidos. Incluso uno de ellos no quiso aparecer en los videos que están enviando a sus familiares que aguardan novedades en la superficie.

Todos han bajado alrededor de 10 kilos y muchos de ellos sufren de desnutrición. De acuerdo con lo que apreciaron los expertos en las imágenes que han llegado desde las profundidades de la mina, su masa muscular está consumida por haber comido cada 48 horas dos cucharas de atún, un sorbo de leche y un pedazo de galleta. Por eso la prioridad ha sido la alimentación y la hidratación.

El refugio tiene tales niveles de humedad que lo hacen aún más invivible. Hay sectores en donde el agua les llega hasta las rodillas. Uno de los lugares de la mina se transformó en el «casino». La mesa sirve tanto para jugar al dominó –que ellos armaron con maderas– como para reunirse a tomar decisiones.

El sector de descanso fue asignado a un pasillo . Ahí están las camas. Un poco más arriba, subiendo por el camino, el agua que cae transformó al espacio en el «sector de duchas». A partir de ayer se lavan allí con el detergente enviado desde arriba por un tubo de once centímetros de diámetro. No aguantan la costra de grasa corporal y polvo que tienen.

Los especialistas han acordado que deben cumplir con cuotas de horas de sueño , de actividad laboral, de recreación y de reposo. Por el momento, se resolvió no suministrarles electricidad para evitar peligrosos cortocircuitos. Asimismo, los médicos y otros expertos en salud intentan que los mineros potencien las habilidades de cada uno, estimulando el surgimiento de liderazgos espontáneos.

Hasta ahora, el «cordón umbilical» –el caño salvador que los conecta con la superficie desde que fueron hallados– lleva y trae «palomas», unos tubos de metal con compartimentos internos que sirven como transporte. Ahí van cartas de los familiares, videos con saludos, comida y agua. Desde mañana comenzarán a ingerir 2.000 calorías diarias. Será el inicio de la etapa de mantención alimentaria.

Habrá juegos y una rutina para marcar el día y la noche en el medio de la oscuridad con el auxilio de lámparas fluorescentes graduadas en distintos niveles de intensidad. Hasta que, en tres meses o más, según lo estimado, logren llegar a ellos y ellos logren llegar a ver el sol y a sus familias.

La mina San José es un paraje alejado en el desierto de montañas y dunas del desierto de Atacama. Unos 90 kilómetros la separan de Copiapó, la ciudad más cercana. Para llegar hasta ella se debe dejar la ruta 5 y avanzar por un camino de curvas imparables entre montañas ocres.

Después el desierto se hace florido, gracias a las lluvias que este mes lo tapizaron de unas flores violáceas sorprendentes. Después vienen las montañas grises. «Fierro», dice Nelson un minero de 72 años que desde hace mucho pica y pica estas piedras.

El camino se divide en dos. Un cartel improvisado señala «Mina San José». Después está el retén de los carabineros que sólo deja entrar a familiares y a la prensa que invadió la zona.

El cerco permite avanzar hasta el pie de la mina. Una barrera dice «Alto». La montaña comienza a elevarse. Adentro están atrapados los 33 mineros que ya son los héroes del mundo.

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