– Dice que hoy la selección va a poner todo para ganarle a los mexicanos y conseguir el pase a Cuartos de Final.
Se apagan las cámaras en la sala de prensa del estadio Loftus, ese templo en el que su Selección jamás jugó pero ya es una de sus populares cábalas. Entonces, Diego y su séquito huyen de la conferencia de prensa y se pierden en las entrañas de esa cancha que domina Pretoria. Pasa Alejandro Mancuso cantando. Acelera Héctor Enrique. Se asoma Thiago, su ahijado. Atrás quedan los medios argentinos y extranjeros después de un rico encuentro. Delante suyo está Clarín, a solas con ese técnico que vivió en carne propia el éxito mundialista, cuando era un crack de pantalones cortos y gambetas coleccionables.
La propuesta de Misión Mundial engancha a Maradona. Ahora que empieza la segunda ronda, que los partidos tienen ese condimiento de ganar o volver a casa, se le pide a Diego que suelte sus sentimientos, que les escriba a sus 39.999.999 compatriotas. Claro que, en estos tiempos modernos, ya no hace falta el puño y letra. El propio técnico redactó la carta en su computadora portátil, esa que tan bien maneja su jefe de prensa, el novio de su hija mayor Dalma, Fernando Molina, que hasta aporta un fibrón azul para la rúbrica.
«¿Dónde tengo que firmar?», pregunta Maradona, que vuelve a leer los dos párrafos. Y sonríe mientras repasa el texto mentalmente: «Estamos por salir a la cancha. Quiero decirles a todos los argentinos que vamos con todas las ganas y a tratar de darles una alegría en este mundial. Sabemos que todos están con nosotros y los sentimos muy cerca pese a la distancia. Quédense tranquilos porque hay 23 fieras que van a dejar todo por la camiseta. Les mando un fuerte abrazo». El punto final tiene debajo su nombre y apellido. Pero, ojo, no utiliza la mano de Dios, esa que todavía irrita a estos mismos ingleses que se esperan en los cuartos de final y que hace exactamente cinco días cumplió 24 años. Diego es diestro para poner el gancho. Y la muestra para las fotos de Jorge Sánchez, que mientras dispara su flash le despierta una sonrisa cuando le dice que estuvo en México. «Ojalá que se repita lo del ’86», devuelve Diego con una sonrisa enorme que se quiere escapar de su barba candado, el look que adoptó después del mordisco que en marzo le dio su perra Bella.
Posa para la cámara con la carta en sus manos, con el pecho hinchado que agiganta el escudo de la AFA que cubre su corazón. Y muestra toda su felicidad. La misma que entregó en el Mundial Juvenil de Japón ’79, tal cual dijo «a modo de chivo» en la conferencia de prensa. Esa que se borró en España, tres años más tarde, pero se multiplicó en tierras aztecas. La misma que no llegó a ser total en Italia porque ganaron sus lágrimas en el podio del Olímpico de Roma. Aquella a la que le cortaron las piernas en Estados Unidos.
Se le pide un saludo para los argentinos a través de la flipcam de Clarín.com. Y Diego cumple. «Hola, Argentina. Quédense tranquilos, vamos a dejar todo», repite, para calmar la ansiedad, para bajar un cambio en todos esos hinchas que desde las tres y media de la tarde, cinco horas más aquí, estarán pendientes desde Usuahia a La Quiaca de esos once jugadores que eligió para vencer a los mexicanos, su «equipo de gala», porque «así se lo merecen todos los argentinos».
Se despide Maradona. Con el deseo de marcar una huella en su carrera. Y de yapa, se lleva un abrazo de Hristo Stoichkov, ese notable jugador búlgaro que ahora es comentarista de televisión. Ya se había estrechado fuerte con Salvatore Bagni, campeón con Diego en su gloriosa época de Nápoli.
No lo advierte Maradona. Pero detrás suyo, se asoma la figura de Pelé. Desde el poster en blanco y negro lo mira firmar la carta. Diego, a todo color, tiene un sueño, ese que les reveló a los argentinos con la tinta de su corazón: volver a ser, igual que en México ’86.
Fuente: Clarín.com