Argentina volvió a festejar, y ahora llega México en un duelo a todo o nada – En octavos de final, chocará con el mismo rival al que eliminó en esa instancia en Alemania 2006. Lo que cuesta vale. Fue 2-0 en un partido que Argentina afrontó como lo que era: un agregado después de haber hecho el gran trabajo en los dos primeros choques. Pero haber llegado a la victoria a 12 minutos del final, y saber que se logró quebrar a un rival que se había defendido hasta ese momento con buenos resultados, es un buen impulso para lo que viene. Que será muy duro porque espera México, un rival que es una medida más seria que cualquiera de los que tuvo Argentina en el grupo. Y porque a partir de ahora una caída se paga con la eliminación.
Grecia había llegado al Mundial con la fama de ser un equipo muy sólido en defensa e inteligente para aprovechar las pocas situaciones de gol con las que contaba. Esa imagen se desdibujó con sus pálidas actuaciones en los primeros partidos, más allá del triunfo ante Nigeria. Pero ante Argentina el técnico Rehhagel desempolvó el viejo libreto y le alcanzó para sostener el 0 a 0 casi hasta el final del partido. La muralla constó de cuatro defensores en línea y el agregado de Papastathopoulos en una pegajosa marca personal sobre Messi. Mucho esfuerzo puesto solamente en controlar al poderoso rival.
Argentina hizo circular bien la pelota, pero le faltó casi siempre precisión en el tramo final para generar situaciones de riesgo. Más allá de los intentos de la Pulga, en el primer tiempo faltó un toque final de Verón -lejos de su mejor nivel- o Maxi para desequilibrar a la ordenada defensa griega. La defensa de la Selección, en cambio, tenía muy poco trabajo: Samaras solo perdido adelante era muy poco para inquietarla.
Además, el arquero Tzorvas respondió bien cuando fue exigido. Tuvo que esforzarse en tiros bien colocados desde afuera del área de Verón y Messi, en un centro rasante de Milito que desvió bien y en un remate que sacó también el delantero del Inter de sobrepique tras encontrar una pelota perdida. Argentina estaba lejos de ser una tromba imparable, pero le alcanzaba para generar algunas situaciones de gol.
Parte de la receta griega en el primer tiempo incluyó ensuciar el partido con faltas continuas y algunas acciones corridas del reglamento. Sobre todo a través del capitán Karagounis. Protestó cada uno de los fallos del endeble uzbeco Irmatov -no amonestó a Papastathopoulos a pesar de haber apelado continuamente al juego brusco-, provocó burdamente a Messi después de que devolvió la pelota en un lateral y trató de sacar de las casillas a todos. Para el segundo tiempo, ni salió a jugar. El fútbol lo agradeció.
Más allá de cambios de jugadores y de resultados ajenos -la victoria de Corea del Sur ante Nigeria la obligaba a ganar-, los de Rehhagel nunca abandonaron el férreo esquema defensivo. Y a medida que corrían los minutos, crecía la impresión de que su plan de llegar en cero al final se iba a cumplir. Porque más allá de que Tzorvas encontrara increíblemente la pelota después de un tiro de Bolatti desde el borde del área chica, de que Clemente fuera con criterio y pimienta por su lateral, Argentina también parecía empezar a resignarse. Y hasta pasó algún susto grande en defensa, cuando un nuevo error de Demichelis dejó a Samaras mano a mano con Burdisso y su remate se fue apenas desviado.
Hasta que llegó otra vez la bendita pelota parada, a doce minutos del cierre. Como en el debut ante Nigeria, como en el segundo choque ante Corea. Cayó un corner en el área griega que cabeceó Demichelis, la pelota le rebotó a Milito y le quedó servida otra vez al central para fusilar al arquero y poner el 1 a 0. Que premiaba al que había hecho más por ganar y castigaba a los que sólo aspiraron a aguantar un resultado decoroso.
Quedó tiempo para más. Para que Palermo escribiera una nueva página en su increíble historia, capturando el rebote después de una gran jugada de Messi y clavando la pelota contra el palo, con su pierna menos hábil, para el 2 a 0. Un resultado que, después de como se dio el partido, genera optimismo para lo que viene. Aunque ahora las pruebas serán más exigentes y no habrá lugar para tropezones.