El amor después del dolor – La historia de Andrea Amprino. Una chica de barrio que vivió el dolor más desgarrador. Una chica de barrio que decidió un día salir y volver a buscar el sol.
Por Francisco Díaz de Azevedo «Nadie puede y nadie debe vivir sin amor» dice esa bella canción del año 1990 de un autor y artista rosarino.
En la ausencia de las almas, un día llega el amor después del dolor. Y así quizás se titule esta historia de la que se habló mucho y se lamentó mucho.
Es una simple historia del perfume que lleva el dolor. Se trata de la vida de Andrea Vanina Amprino, una niña, una joven, una esposa, una madre, una víctima, una mujer, una esposa otra vez y de nuevo una madre. Una llave con otra llave, y esa llave que se transforma en el amor después del dolor.
Sentados cómodamente en el living de su casa en una mañana de otoño, Andrea le da de comer a Santiago, un bombonazo de semanas que es la alegría de la casa. Le da la teta, lo más sano y puro que una madre le puede dar a un chico. Se ríe, se le hacen arruguitas en el rostro. Lo mira con dulzura. El gordo ronronea como un gatito. Mucha pereza, mucho amor, mucha dulzura.
Andrea, esto cura?
«Sí y mucho. Esto es todo».
Esto hace olvidar o reemplaza?
«No. Nunca! Nunca voy a olvidar ni reemplazar a «Gepi» o Agustín. Forman parte de mi vida y siempre estarán presentes en mí».
Andrea es hija de Omar Amprino y Ana nació en El Trébol hace 34 años, vivió en el campo con sus otros siete hermanos, hizo la escuela primaria en la escuela Campo Cravero y la secundaria en el EEMPA. Los fines de semana trabajaba en el «Rancho Aparte» y un día, el destino la unió a Gerardo José Pietrani, o «Gepi», como todos los conocíamos. Así se pusieron de novios y así comenzaron un día a convivir. Eran momentos felices y un día Andrea se dio cuenta que algo estaba pasando. En el vientre llevaba una nueva vida y al poco tiempo decidieron casarse un 19 de octubre del 2002, para preparar la llegada de Agustín que nació el 29 de marzo del 2003.
Y así vivía feliz esta pareja. «Gepi» siempre en su taller de electrónica por calle Juan XXIII, tapado de televisores, radiograbadores y electrodomésticos, arreglando, inventando y llamando a la radio para pedir su tema favorito de Belinda Carlisle «Deja una luz encendida». Andrea cuidando y criando al pequeño Agustín.
Lo peor
Pero las vueltas de la vida a veces traen malas pasadas. Incluso las peores. El perfume que lleva el dolor y la ausencia de las almas. Y pasó lo que nunca tendría que haber pasado, o lo que muchas veces es imposible de encontrar una explicación sensata. «Esa mañana de domingo estábamos en casa y nos íbamos a comer un asado al campo a la casa de mis papás. Al día siguiente iba a ser el primer cumpleaños de Agustín. Pasamos por lo del Quique y Eda y después rumbeamos para allá. No recuerdo más».
El destino dirá que quizás por un reventón de neumáticos, el auto de Gerardo y Andrea perdió el control y comenzó a dar tumbos despidiendo a Agustín y provocando serias lesiones a sus papás. Padre e hijo perdieron la vida en el acto. Andrea estuvo en la cornisa entre el más acá y el más allá, pero se quedó.
El después
«Estuve dos meses sin recordar nada. Me contaron que me trasladaron al Británico de Rosario, que estuve internada mucho tiempo, que me despertaba y hablaba y que cuando me dieron la noticia me puse muy violenta con todos. Incluso al volver al SAMCo de El Trébol. Sin embargo yo no recuerdo nada. Mis primeras imágenes fueron con mi familia acompañándome a recorrer la casa que estábamos haciendo con Gerardo. Ellos me llevaban porque yo perdía estabilidad y nada más». Relata con su voz suave y somnolienta Andrea mientras acomoda a Santiago en su regazo. «Tuve que pasar por psicólogos y psiquiatras. Mi historia estaba inconclusa, no aceptaba que fuera verdad lo que había pasado. Imaginate que no enterré a nadie ni vi muerto a nadie. El tiempo y mis seres queridos fueron los que me ayudaron a comenzar a aceptar».
Volver a mí
Los días de Andrea era un infierno de cosas inconclusas. De ropa de bebé sin usar, de una casa sin habitar, de un lecho sin calor y de muchas historias por tejer, unir y armar. Fueron días crueles donde la desesperanza estaba siempre en primer plano. «Muchas veces pedí morirme. Me enojé mucho con Dios y le guardé rencor». Dice mientras porta hoy una medalla con una Virgen en su cuello.
Andrea llegó a la encrucijada de su vida. Sin su marido y sin su hijo no tenía muchas fuerzas por seguir en este mundo. Pero el destino había hecho que la moneda de ella cayera de un lado diferente que Gerardo y Agustín. Sólo tenía un camino y era volver a ser ella. «Empecé a sentir la necesidad de volver a ejercer mi profesión de masajista y le dije a mi cuñada Melina si me podía ayudar porque yo tenía miedo de marearme. Así que la masajeaba a ella en la camilla y de a poco me abrí a la gente. La mejor publicidad fue el boca a boca y mis clientes hoy son incondicionales». Dice con una sonrisa que muestra orgullo.
«Para el 2006, me permití empezar a salir otra vez y relacionarme. Así un día en un boliche de San Jorge conocí a Néstor. Un hombre muy bueno, un ángel!!! El venía de una historia fuerte también y seguimos en contacto por mensajes de texto y el celular». Relata sobre la llegada de Néstor Maseliari, su actual marido, oriundo de Cañada de Gómez. «Comenzamos a tener una relación linda y un día decidimos casarnos. El ya trabajaba en la Ferretería de Bravín y fue importante en mi vida. Me tuvo mucha paciencia, me bancó las depresiones y los malos momentos».
La llegada del sol
Andrea sabía que el nuevo capítulo de su regrero a ella misma nunca iba a estar completo si no se permitía volver a ser lo que alguna vez fue. Ya trabajaba, ya salía, ya tenía un esposo pero le faltaba volver a intentar ser madre. «Yo sabía que un hijo era empezara curar un poco todo esto y cuando me dieron el alta de algunas cosas lo buscamos y procrear otra vez fue lo mejor que me pudo pasar». Así el 3 de abril de 2009 llegó Santiago, el único testigo de esta charla mientras se relame con la pancita llena y bosteza ante la mirada casi embobada de mamá Andrea.
Y así volvió a salir el sol en la vida de Andrea. Porque todos la guiaron nuevamente a la vida. Incluso la propia familia Pietrani. «La familia de «Gepi» es divina y yo los adoro. No dejan de ser los abuelos postizos de Santiago, aunque yo no se lo digo porque no quiero ponerlos tristes. Tanto «Quique» como Eda, «Puchero» y «Meli» me ayudan mucho y siempre me dieron una mano. Eda me decía que tenía que buscar un buen hombre y ellos recibieron con mucha alegría la llegada del bebé. Eda lo viene a ver seguido y eso me pone felíz».
En la casa de Andrea, a diferencia del año pasado cuando fui a verla por última vez, algunas fotos y cuadros de su pasado desaparecieron. «Saqué muchas cosas no porque olvide sino por respeto a Néstor y para darle espacio a una nueva vida. Dejé esas». Dice y señala las fotos de Agustín y «Gepi» junto a la puerta y agrega: «Quedaron porque son parte de mi vida y no tienen porqué no estar. Pero ahora hay mas fotos de mi nueva familia».
Andrea hoy tiene 34 años, una vida pasada que rozó el amor intenso y cayó en el dolor más desgarrador y profundo. Que pidió explicaciones que nunca llegaron y se hundió en los oscuros mares de la depresión. Que un día volvió a salir a la luz y decidió que Dios le había dado una señal que no está dispuesta a desaprovechar. «Volví al Padre Ignacio y me hizo mucho bien. Si bien estaba enojada con Dios, esto me hizo darme cuenta que había para mí una esperanza y acá estoy. Sin olvidar el pasado, porque nadie reemplaza a «Gepi» y Agustín, pero disfrutando de un gran hombre como Néstor y esta casita linda que es Santiago». Un día llegó el amor después del dolor. Con la escencia de las almas que guían desde más allá, con la ausencia del dolor, sabiendo que nadie puede ni nadie debe vivir sin amor.
Memorias de aquel domingo del horror
Recuerdo estar en el patio de mi casa en el momento en que sonó la sirena de bomberos. Recuerdo que era un domingo de sol y que la mañana era apacible. Recuerdo tomar mi viejo Peugeot 405 y salir en dirección al este por los caminos de tierra sin saber que estaba pasando para ir a cubrir el accidente. Recuerdo cruzar en el camino una ambulancia que con el ulular de las sirenas me decía que algo grave había pasado.
No recuerdo la fecha exacta, pero las frías estadísticas aseguran que fue un 28 de marzo del 2004.
Recuerdo la nube de polvo en el camino que llevaba más allá del viejo basural norte. Recuerdo ir hacia el este sin saber bien que estaba sucediendo. Recuerdo ver los bomberos parar el tránsito y bajarme del auto. Recuerdo ver en el margen izquierdo lo que parecía un Peugeot 504 color gris totalmente dado vueltas. Recuerdo a Claudio Tavella con su cámara diciéndome «no te acerques, no hay nada que hacer». Recuerdo haber reconocido el auto y preguntarle a Claudio «Es Gepi?» y también recuerdo que me asintió con la cabeza. Recuerdo preguntarle ingenuamente «Cómo está?» como queriendo alejarme de la realidad y recuerdo su «no hay nada que hacer» letal.
Recuerdo un bombero trabajar para sacar a Gerardo de la auto, creo que era Raúl Dominio, se me pone difusa la imagen. Recuerdo ver una manta sobre la calle de tierra y preguntar que era. Recuerdo que me contaron que abajo estaba Agustín sin vida.
Recuerdo el velorio, ese abrazo con «Quique» y Eva entre ambos féretros. El cajoncito blanco de Agustín no lo quise mirar. A mi amigo tampoco. Sólo me basta su recuerdo en vida, el mejor, el que nunca va a desaparecer.